domingo, 20 de marzo de 2016

Leyendas Matanceras: La Gaviota del San Juan


Aquí compartimos esta leyenda tan interesante y enigmática escrita por Américo Alvarado Sicilia en su obra “Siete Leyendas Matanceras”, reproducida en el sitio web Cubagenealógica.

Esta leyenda está enmarcada en las postrimerías de los años 1700s y está considerada por Alvarado como una de las más antiguas de la localidad. La misma constituye un interesante legado que tiene su origen en las tradiciones heredadas de los miles de negros esclavos que vivieron y murieron en Cuba durante todo el periodo colonial.



["Matanzas a sido dotada de una maravillosa naturaleza, nuestros paisajes sobresalen por su belleza y singularidad, rodeada de cuevas, valles, costas acantiladas y caudalosos ríos, se destaca entre estos últimos, el San Juan, impresionante arteria fluvial que recorre la ciudad alimentado por más de 50 potentes manantiales y que divide a la urbe en 2 barrios populosos, Matanzas propiamente dicha y Pueblo Nuevo; adornan este río hermosos puentes que comunican un barrio con otro, semejando un canal veneciano.

En el escenario de este río, el amor, el misterio y la maldad humana se dieron cita una primavera de 1795. Por aquella época Matanzas era una pobre aldea de no más de 10 mil habitantes, la rivera norte del San Juan estaba poblada de casitas pobres ocupadas por pescadores, y negros libertos. En una de ellas vivía Mª Teresa, una negra vieja que había sido esclava de Don Sebastián, un poderoso hacendado que, habiendo tenido amores con su bella hija mulata, confiaba el fruto de sus desvaríos a esta, manteniendo todo en secreto .

La niña se llamaba Julia Rosa, era de una belleza delicada, su piel de seda canela, de rostro lindo y subrayado por la perfección de dos ojos verdes que irradiaban luz de alegría de sus 16 años. Las habladurías se habían incrementado al verse que Don Sebastián también tenía los ojos verdes, y que despedían fuego cuando alguien se atrevía a comentar algo de los habitantes de la casita del río. Esto bien lo conocía su hermana mayor Rosario, que no veía con gusto que la vieja Mª Teresa viviera fuera de la casona de la calle Ricla, donde ella podía gobernarla a su antojo y ocultar mejor el secreto de su hermano.

La verdad era que Doña Rosario se daba perfecta cuenta de que aquella situación mantendría vivo el escándalo provocado cuando la hija de Mª Teresa pariera una niña casi blanca de ojos verdes y muriera de parto, muerte que Don Sebastián lloró en público el día del entierro. Además siendo ella viuda, los temores de un reparto de herencia la mantenían en guardia contra todo lo que pudiera afectar sus intereses y los de su hijo Felipe, gallardo joven de 25 años que ella aspiraba a ver casado con una rica heredera.

La noticia llegó por dos vías, la supo Don Sebastián en la plaza de la vigía por boca de Don Pablo García; y Doña Rosario al salir de misa por conducto de Doña Elvira; la noticia era sorpresiva, revelaba que Felipe desde hacía dos semanas era visita diaria en la casa de Mª Teresa junto al río San Juan.

Doña Rosario vislumbró todo el drama, Felipe y la bella mulata Julia Rosa eran novios, ese peligroso amor había que acabarlo de inmediato, una tarde que Don Sebastián y Felipe estaban en una de sus fincas del valle de Yumurí , recibió a Tata Mongo el viejo esclavo brujero que podía resolver este peligroso asunto, Tata le confeso a Doña Rosario que el tenía los secretos que trajo de áfrica ,el podía hablar con sus dioses y los espíritus de sus jefes brujos y obtener favores para resolver cualquier problema, Doña Rosario pagó a Tata Mongo y con una mirada cómplice despidió al esclavo.

Ya declinaba el sol cuando Tata Mongo llegó a la casita de Mª Teresa con un misterioso dulce de Coco para Julia Rosa. La vieja abuela había ido ayudar a una mujer que estaba teniendo un mal parto. Julia Rosa comió el dulce de coco, era bueno y extraño, mientras ella comía, Tata Mongo le hizo cuentos enigmáticos y raros, el último decía que en su tribu allá en áfrica, los grandes brujos podían convertir a los hombres en animales y a las mujeres en aves y que estas no morían nunca; Julia Rosa inquieta le preguntó si él sabía convertir en aves inmortales a las mujeres y Tata Mongo le respondió que sí, que a ella la podía convertir en gaviota y que no moriría nunca…

Julia Rosa rió mucho… después tuvo miedo…

Don Sebastián estaba como enloquecido, Julia Rosa había desaparecido de la casita del San Juan, Mª Teresa lloraba a todas horas, Felipe desesperado ya no sabía donde buscar, Don Sebastián indagó y pudo saber que Julia Rosa fue vista la tarde anterior con Tata Mongo en la casita del río, pero al viejo esclavo brujero no se le pudo encontrar pues se había ido esa noche a una finca lejana. Doña Rosario comenzó a sentir en el alma la mordedura venenosa del remordimiento y la angustia del arrepentimiento.

Una noche, después de la cena, llego Mª Teresa y todos, Don Sebastián, Felipe y Doña Rosario, le oyeron decir que: Ahora sabía lo que le había pasado a su nieta… Mª Teresa afirmó que Julia Rosa, por obra de los dioses africanos estaba convertida en gaviota, y que vagaba por el río sin morir nunca; todos creyeron que la pobre vieja había enloquecido, sólo Doña Rosario sabía la razón de aquella afirmación.

Pasaron los meses, Felipe iba a sentarse todas las tardes al San Juan, ya no era el joven alegre de antes, la tristeza lo embargaba y le trasmitía un aire ausente. Una tarde en que Felipe ocupó la piedra que le servía de banco junto a la abandonada casita de Mª Teresa, vino hacia él una gaviota, la vio posarse en una piedra cercana y lo miró de un modo raro, casi humano… la gaviota tenía los ojos verdes…

Pasaron los meses y Felipe murió loco porque se enamoró de una gaviota, fruto de la maldad y el misterio. Y la gaviota de ojos verdes del río San Juan muchas veces vuela sobre Matanzas, es un alma en pena enamorada, hay de quien le mire a los ojos, en ellos lleva el brillo del terrible encantamiento que la aprisionó por siempre… Es una gaviota misteriosa que no puede morir…"]



Detalle del Rio San Juan y la Calle Narváez vista desde el puente de Tirry, en una postal de
Principios del siglo 20. 

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