lunes, 2 de agosto de 2021

La historiografía temprana de la ciudad de Matanzas: O'Farrill


Librínsula, la Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, a publicado en su número 410 (acápite Nombrar las Cosas), un breve aporte para la historia de Matanzas; una visión de la primera mitad del siglo XIX desde documentos de difícil acceso. Disponible aquí:

http://librinsula.bnjm.cu/410/nombrar_las_cosas/279/la-historiografia-temprana-de-la-ciudad-de-matanzas-perspectiva-desde-dos-obras-de-la-primera-mitad-del-xix.html

 

Aquí les compartimos una versión: 

“[…] La historiografía de la ciudad de Matanzas nació sustancialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta la primera década del siglo XIX Matanzas había sido una simple comarca, con un mínimo margen de crecimiento económico y cultural. No fue hasta las primeras décadas del siglo XIX que la ciudad comenzó su despegue, proporcionado por la apertura de su puerto al comercio global y el auge de la industria azucarera, ambos apoyados en una cruenta esclavitud. Conjunto a su auge socioeconómico, brotó un interés por el conocimiento histórico de la ciudad reflejado en el interés intelectual de rescatar la trayectoria histórica de la región y su población.

Este devenir historiográfico quedó finalmente plasmado en dos obras magnas de la segunda mitad del siglo XIX, hoy de obligatoria consulta: Memorias de un Matancero de la pluma de Pedro Antonio Alfonso, publicada en 1854, y Apuntes para la Historia de la Isla de cuba con Relación a la Ciudad de Matanzas de José Mauricio Quintero, publicada en partes entre 1868 y 1878. Pero lo cierto es que la tradición historiográfica de Matanzas tiene raíces más profundas, algunas que se remontan hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuyo aporte o perspectivas resultan hoy novedosas o muy poco conocidas (Orihuela y Cotarelo, 2020). Entre estas se encuentra la Descripción histórica y geográfica del pueblo y jurisdicción de Matanzas de José Manuel O’Farrill publicada desde 1813 en separatas de la prensa; obra considerada la primera recopilación de la historia de Matanzas (ej. Alfonso, 1854; Trelles, 1922, 1924; Ponte, 1959; García, 2009; Ocasio, 2020). La publicación de O’Farril ha sido extensamente citada pero directamente poco consultada, dado el desconocimiento de ejemplares sobrevivientes o transcripciones (op. cit.). Por ende, su contenido no ha estado al alcance de historiadores locales y es escasamente conocido. 


Gracias a la preservación fortuita de algunos ejemplares de la obra de O’Farrill en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, aquí se expone un análisis y contextualización de los datos más relevantes en ellas contenida. A estos se suman un boceto histórico inédito de Manuel Francisco García, manuscrito en mayo de 1832, de la Colección de José Augusto Escoto en la Universidad de Harvard, (EE. UU.). En conjunto, con el apoyo de la prensa local de la época y otras fuentes documentales, permiten una visión sobre el estado de la ciudad en las primeras décadas del siglo XIX. Con este breve aporte se nutre el conocimiento histórico de la ciudad durante la primera mitad del siglo XIX, momento crucial en la evolución general de la ciudad y la región.

La recopilación histórica de O’Farrill nació del ímpetu intelectual del siglo de las luces, el racionalismo y enciclopedismo de finales del siglo XVIII. Aquellos valores de la ilustración en tiempo de Carlos III emanaban desde la metrópolis hasta las márgenes del imperio, importados por los ciudadanos más instruidos, la élite socio-militar, y las reformas borbónicas (Marrero, 1980; Arregui, 1983; Stein y Stein, 2006). En Cuba, este ambiente pro-intelectual dio paso a la fundación de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País (1787-1793), el Reglamento de Bibliotecas Provinciales (1812) y el Real Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana (1794); casi todas en las que Juan M. O’Farrill ejerció un rol. 

Juan Manuel O’Farrill Arredondo, habanero de nacimiento, del seno de una familia distinguida, fue un personaje con estrechos lazos en la historia de Matanzas durante la primera mitad del siglo XIX. Fue miembro fundador de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana (Ponte, 1959). En los primeros años del XIX tuvo residencia en la ciudad de Matanzas, donde ejerció como capitán de dragones y teniente coronel del escuadrón de caballería de milicias (Santa Cruz, 1940:337-338; García, 2009: 206). En 1819, introdujo el primer barco de vapor, “El Neptuno”, estableciendo una vía de comunicación habitual entre los puertos de La Habana y Matanzas que facilitaba la trata esclava (Marrero, 1980; Rojas, 2019). O’Farrill falleció en julio de 1825 contando con 65 años, y su entierro se efectuó en Madruga, donde su familia tenía haciendas (García, 2009). Al momento de la publicación de su Descripción en 1813, fungía como cónsul del Real Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana (Ponte, 1959: 102). 

La valiosa compilación de O’Farrill fue publicada en varios periódicos del momento como El Patriota de Matanzas, de la imprenta de José María Marrero y el Diario de Matanzas, de la oficina de Francisco Camero (Trelles, 1924). Según el historiador Trelles, también se publicó a finales de febrero de 1814 en el Diario de La Habana (Trelles, 1924: 217). De estos solo se han podido localizar ejemplares de El Patriota (Johan Moya Ramis com. pers. octubre de 2020), fechados entre el 13 y 18 de octubre de 1813 (Fig. 1). Estas notas históricas – según él mismo O’Farrill – habían sido presentadas al Ayuntamiento de la ciudad el primero de octubre de 1813.

Descripción histórica y geográfica del pueblo y jurisdicción de Matanzas de José Manuel O’Farrill son una recolección de breves datos sobre la posición geográfica de Matanzas, con datos de su topografía y clima (temperaturas). Se discuten las zonas cenagosas y las plantas que allí crecían, más la calidad de sus aires. O’Farrill afirmaba la necesidad y beneficio que sería desecar las ciénagas circundantes a la ciudad, subrayando que: 

“…serían más felices sus habitadores, si favorecidos por la naturaleza, lo fuesen también por el arte; si corrigiendo aquella con la desecación pretendida, apartasen de sus puertas los efectos pestilenciales del metitismo [sic], respirando (…) el aire balsámico de los campos vecinos…” que se purificaban con los vientos y brizas del mar (O’Farrill, 1813: vol. 1, p. 1). 

Llamados similares se realizaron durante los períodos con brotes de epidemias, como fiebre amarilla, y más con la del Cólera de 1833 (Orihuela, 2020 b, c). A esto sumaba O’Farrill, que tal desecación de los terrenos bajos agregaría unas 10 caballerías “…de tierra cultivable a las del territorio…” (O’Farrill, 1813: vol. 1, p. 2). Esta propuesta no refleja una idea original ya que planes pare desecar y urbanizar estas áreas insalubres venía gestándose desde la segunda mitad del siglo XVIII (Pedro Martín de Acuna, Matanzas 20 enero de 1889, Actas Capitulares de Matanzas, vol. 13, fol. 82; Conde de Gibacoa, 1764 en AGI/Títulos de Castilla 11, R. 3) y fueron apoyadas luego por las investigaciones de la Comisión de Guantánamo y la gobernatura de Juan de Tirry y Lacy entre 1802 y 1819 (Orihuela y Viera, 2016; Orihuela y Cotarelo, 2020). Estas zonas serian finalmente rellenadas y pobladas, convertidas en las zonas que hoy cubren los barrios de Pueblo Nuevo, La Marina, San Sebastián y Ojo de Agua. Los planos de Pablo Milera, Juan José Diez Gálvez y Rafael Mestre reflejaron este planeamiento (Escalona y Hernández, 2008; García, 2009; Orihuela et al., 2021). El plano de Milera, específicamente denuncia los terrenos cenagosos adyacentes a la ciudad en 1815, y en el mismo acota que: 

“…la parte de Sur lindando con el Río de Sn. Juan de cinco caballerías y la del Norte y Este de dos caballerías; Se observa que en el estando que están le entra la marea y por consiguiente pertenecen al Rey (…) se le pide la merced [roto] suplicante a desmontar [roto] desecarlas y terraplenar lo que [roto] para solares…” (ANC/Intendencia General de Hacienda, 388, N. 21 en García, 2009: ilust. 74, p. 66). 

Ese mismo año, el recién-jurado gobernador, brigadier Juan de Tirry y Lacy, comenzó una extensa labor de desecación de algunos de aquellos terrenos. Entre estas, rellenó 1400 varas (~1.17 Km) con dos de altura en las zonas bajas de una margen del río San Juan, robándole al mismo, terreno en donde se construyó una “hermosa carnicería y matadero” (alcalde ordinario José Pereyra, Matanzas 6 de agosto de 1819, AGI/Santo Domingo, 1709, fol. 4 en Orihuela et al., 2021: 75). A estas se sumaron otras regiones, sobre las cuales se construyeron calzadas, como explicó una certificación del Cabildo de Matanzas en 1819:

“Está concluida enteramente la calzada de cuatrocientas ocho varas de largo, construida sobre la ciénaga meridional del río San Juan a fin de que los ganados lleguen al matadero sin atravesar la población, y esta también muy adelantada otra calzada más ancha, que cruzando la misma Cienaga, ahorraría media legua de rodeo y algunos malos pasos que la entrada de la ciudad tiene por esta parte…” [sic] (Matanzas, 26 de noviembre de 1819 (AGI/Santo Domingo, 1709, fol. 3 en Orihuela et al., 2021: 75). 

Para por fin desecar aquellos terrenos bajos, en 1832 el gobernador Francisco Narváez, puso a la obra 4250 esclavos para “…la construcción de los sardineles y terraplén de las ciénagas…” (Zaragoza, 1839:108). Narváez no solo impulsó estas obras para el fomento de la ciudad, sino también por el temor de que estas auspiciaran la epidemia del cólera que tan fuertemente azotó a la ciudad durante parte de su mandato (Narváez, 1833; Orihuela, 2020c). 


Preservación de los bosques naturales en la descripción de O’Farrill


En cuanto a la descripción de la bahía O’Farrill apuntó la preservación de los bosques que la circundaban aun para esta fecha. Estos montes y arboledas comenzaron a ser talados indiscriminadamente en las décadas siguientes con el aumento de la industria azucarera y el rápido incremento de los centrales (Funes, 2008; Cotarelo, 2017). Hasta el momento, muchos de aquellos bosques primarios habían persistido porque su tala era ilegal, considerándose como reserva para el uso exclusivo de la Corona conocidos como los “cortes del rey” Para delimitar las regiones de las que se impedía extraerse maderas se confeccionaron planos y mapas, como los ejemplos del capitán Juan Araoz para la Comisión de Guantánamo en 1800, indicándose las zonas de “tiros de madera de construcción” y los “cortes de maderas del Rey” [sic] (AGI/MP-SD 634; AGI/MP-SD 638). Según estos mapas, las fuentes de maderas más notables en la región se encontraban hacia Sabanilla, conocidos como los “Cortes de San Andrés”, cuya vecindad inmediata preservaba aún en 1802 “…montes vírgenes abundantes de maderas, adonde todavía no ha entrado los cortes del Rey” [sic] (AGI/MP-SD 638). 

Sin embargo, talas ilegales tomaron lugar en las haciendas que existían en la región desde antes de la fundación de Matanzas, en 1693. Incluso, al establecerse la ciudad, varios vecinos se dedicaron a la construcción de embarcaciones para las cuales se extrajeron maderas de las cuencas fluviales circundantes a la naciente comarca. Uno de ellos fue Felipe del Castillo – hermano de Diego José del Castillo, vecino fundacional y filántropo que junto a su hermano impulsó varias obras civiles y militares en la ciudad (Cotarelo, 1993; García, 2009; Orihuela et al., 2019, 2021). En 1746, la Real Compañía y Astillero de La Habana intentó “fomentarle con caudales” para que estableciera “corte y tiro” de madera a través de los ríos San Juan y Canímar “…obligándose la Compañía, a enviar embarcaciones propias…” para llevarlas a La Habana. Entre estas embarcaciones figuró el buque de 350 toneladas nombrado “Matanzero” [sic] que también exportaba maderas de Matanzas a México para la construcción de navíos (Manuel J. de Justíz a Andrés Regio, La Habana 3 de junio de 1747: AGI/SD 1501; Antonio de Arredondo a Andrés Regio, La Habana 31 de junio de 1747: AGI/SD 500, 1501; el memorial de Joseph de Urrutia en 1749: AGI/SD 1157). 

Pero don Castillo no entró en el negocio, dado que en ocasiones era más seguro transportar las maderas por tierra; el transporte por mar era vulnerable a los asaltos piratas y mal tiempo. En febrero de 1745, se perdieron en las afueras de la bahía de Matanzas, “a vistas del puerto”, cerca de 1000 palos “principales para navíos” con la entrada de un frente (Martín de Aróstegui a Fernando Triviño, La Habana 22 de junio de 1746: AGI/SD 500; Orihuela y Pérez, 2020). Permisos y concesiones para la tala de madera en la región continuaron al menos hasta finales del siglo XVIII. Como demuestra el “Libro de índices de concesiones para cortar maderas en los montes de la jurisdicción de la Habana de los años 1772 a 1777”, manuscrito inédito de la Colección de José Augusto Escoto, de la Universidad de Harvard (MS Span 52, 663), estas eran meticulosamente registradas por cantidad. Conjuntamente, otro repertorio de documentos inéditos de la misma colección apoya la existencia de resoluciones, que, en 1802, proponían un comercio recíproco con los Estados Unidos “…de maderas del Norte y mieles del país que interesan a la Colonia y el Estado sin ofender el privilegio del comercio nacional…” (Juan de Santa María y Juan de la Cruz a Miguel Cayetano Soler, La Habana, 10 de abril de 1802: MS Span 52, 666). 


El puerto y ciudad


En el puerto matancero, según dijo O’Farrill, “…se hallaba seguro abrigo de los vientos borrascosos todas las embarcaciones…”, no habiendo otro similar en toda la costa norte “…que le pudiera ofender…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 2). La apertura de la rada tenía entre Punta Maya y Sabanilla en la costa opuesta, unas 2900 varas castellanas o ~2.42 Km. Desde Punta Maya a la batería de La Vigía - “…en que comienza el pueblo…” – unas seis millas lineales. En sus costas no se levantaba “…mucha mar…” y era por lo “…general poco de temer…” (op. cit.). Sumada a su grande extensión y profundidad, proporcionaban ventajas entrada de buques de comercio de mayor calado. 

Solo el escollo submarino de La Laja resaltaba como un obstáculo que templara la navegación. Sobre esta estructura apuntó ciertos datos precisos: “La Laja tiene una extensión de 330 varas N-S (…) su profundidad en la bajamar es de vara a vara y media. El fondo es una roca calcárea…” de cuya respectiva situación se abrían dos canales “…que son los que sirven a las embarcaciones en la entrada y salida del puerto…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 3). Su fondeadero tenía entre 2 y 12 varas de fondo, con un substrato sedimentario variable. Su colocación estaba de suroeste y noroeste con el Castillo de San Severino, con una distancia de 1500 varas a la costa sur del puerto y 1000 a costa norte. El puerto de la bahía de Matanzas, además, sostenía un tráfico costero con Arcos de Canasí, Camarioca, Puerto Escondido y Bacunayagua, todos los cuales se consideraron pequeños por “…encerrar poca agua…” A estos se sumaba el importante viejo Canal de Bahama y la salida a la cálida corriente del Golfo. 

Sumada a la descripción geográfica de la bahía O’Farrill realizó comparaciones en cuanto al temperamento climático de la región: 

“Matanzas goza con muy corta distancia la misma temperatura que la Habana, a pesar de su diferente exposición y de existir dos causas que la debieran hacer notable: una la inmediación en que esta la primera de los ríos y bosques que la circundan; y otra la grande reverberación que recibe del solido terreno…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 4). Las noches, asentó, eran en Matanzas más frescas, quedando disipado los vapores de los ríos. 


La transcendencia de la obra de O’Farrill


La Descripción geográfica de José M. O’Farrill si bien quedó plasmada en la historiografía local matancera fue más por su primicia que por la novedad de sus apuntes. Su obra, hasta ahora directamente poco conocida, desde entonces se consideró como el primer registro histórico-geográfico directamente dedicado a la ciudad (Trelles, 1924; Ocasio, 2020) o “…la primera historia de la localidad…” (García, 2009: 206). Sin embargo, hoy se conocen apuntes de similar intención que anteceden a los de O’Farrill – como el reporte para el fomento de Matanzas redactado por Agustín Blondo Zavala para la Comisión del Conde de Mopox y Jaruco (Orihuela y Cotarelo, 2020). Estos reportes, o conocimiento de ellos, quizás sirvieron de inspiración a O’Farrill mientras ejercía de diplomático en el Real Consulado de Agricultura y Comercio o la Real Sociedad Económica. Casualmente también en 1813, el matancero Antonio José Valdés publicó en La Habana su Historia de la Isla de Cuba – obra seminal en proveer una historia esencialmente desde la perspectiva criolla. Resulta curioso que detalles de la historia matancera figuró poco en sus páginas.

Según la tradición, Pedro Antonio Alfonso y del Portillo (1811-1870) heredó algunos de los escritos de Juan M. O’Farrill y estos fueron en parte publicados a partir de 1844 en La Aurora de Matanzas – prensa de la que era corresponsal – y luego incorporados en su Memorias de un Matancero (1854). Sin embargo, Alfonso no indica que partes de su obra provienen de los apuntes de O’Farrill y cuáles de sus propias investigaciones. La única cita directa en su Memorias es respecto al estímulo que recibió Tomás Gener del “erudito” José M. O’Farrill que avivara su inclinación por realizar obras públicas en Matanzas (Alfonso, 1854: 229). 

Un curioso artículo publicado en el Diario de la Marina en 1847 provee ciertas pistas sobre el vínculo de Alfonso con la Descripción geográfica de O’Farrill. Estos fueron “…recuerdos históricos y noticias…” recopilados con el sentido de “…apreciar los progresos que esta población y su territorio…” habían logrado hasta aquel siglo (Diario de la Marina, 2 de febrero de 1847, p. 2 – noticia del 16 de enero de ese año). El corresponsal sumó que: 

“…ya en 1813, fecha a que ascienden los datos estadísticos más antiguos que he podido haber a las manos y que hallo en una memoria escrita por el señor D. Juan Manuel O’Farrill, documento que, con otros muy curiosos, fruto de su estudio, tuvo la bondad de facilitarme el Sr. D. Pedro Alfonso…” Según la misma noticia, “…tiene dicha memoria la fecha de 30 de octubre de 1813 y abraza las noticias relativas así a la población urbana como a la de los partidos…” [sic] (Diario de la Marina, 2 de febrero de 1847, p. 2).

Este pasaje insinúa que la “memoria” de O’Farrill es quizás más extensa que su Descripción geográfica, y según la fecha de finales de octubre, mucho después que sus publicaciones de estas en la prensa. Es por ende posible que su obra haya incluido anotaciones adicionales, hoy desconocidas. 

Dicha nota deja margen de incógnitas. El desconocimiento de los “datos estadísticos” es quizás un lapsus, dado que, sin duda, tanto para 1813 como para 1847, existían censos y recopilaciones disponibles en el Ayuntamiento y archivo de la ciudad (véase estos datos en Orihuela, 2020a; Orihuela y Cotarelo, 2020). La congruencia entre los datos estadístico sobre el crecimiento poblacional, demografía y números haciendas de O’Farrill y Alfonso son idénticos a los datos demográficos recopilados por Agustín Blondo en 1800 para la Comisión del Conde de Jaruco y otro realizado por Juan Tirry y Lacy (op. cit.). 

Desafortunadamente, sus artículos en ese periódico y su Memorias, son casi todo lo que nos ha llegado de Pedro Alfonso. Este quemó en 1870, año de su muerte, una supuesta segunda parte de su Memorias y todos los apuntes que reunió desde 1838 (Calcagno, 1878). Quizás con ellos, también los apuntes de José M. O’Farrill.


Agradecimientos

Extendemos nuestro agradecimiento a Johan Moya Ramis por localizar en los fondos de la Biblioteca Nacional de Cuba algunas de las publicaciones de José M. O’Farrill.


Cita obligatoria

Orihuela León, J. & Cotarelo Crego, R. (2021). La historiografía temprana de la ciudad de Matanzas: perspectiva desde dos obras de la primera mitad del XIX. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 410 (Nombrar las Cosas, agosto 2021): 1-9.