miércoles, 12 de octubre de 2016

Celebrando la fundacion de San Carlos de Matanzas

El 12 de octubre de 1693 quedaba oficialmente fundada la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas. Ese día el obispo de Cuba, Diego Evelino de Compostela, celebraba la primera misa en el sitio donde sería levantada la primera parroquia de la naciente ciudad. Si bien es cierto que para estas fechas es que la urbe se constituye de manera oficial, desde mucho antes había asentamientos humanos en la zona.

Antiguo grabado del teatro Sauto (1863), construido
 en el centro de la plaza fundacional de la ciudad

La importancia del área se hace evidente desde el propio siglo XVI, cuando el comercio ilícito representaba un problema de alarmante frecuencia en una región que se encontraba muy próxima a La Habana. Un aspecto importante en el camino al establecimiento de la ciudad fue la toma de la llamada Flota de la Plata, procedente de Veracruz, el 8 de septiembre de 1628 a manos del corsario holandés Piet Heyn.


Grabado de la toma de la Flota de La Plata
en la Bahía de Matanzas

A pesar de quedar constituida la urbe en las postrimerías del siglo XVII, no es hasta el siglo XIX en que la ciudad alcanza un desarrollo importante debido al despegue económico generado en la región por la industria azucarera y los beneficios del puerto, recientemente habilitado al comercio mundial. De esta época son la mayoría de los edificios que se conservan en la actualidad. De los años de fundación solamente se conserva en pie el castillo de San Severino y las antiguas estructuras de cimentación de la primitiva iglesia de madera, recientemente descubiertas mediante excavaciones arqueológicas.

Excavación arqueológica en el sitio de la primera iglesia
 donde se aprecian los restos de los primitivos cimientos

El desarrollo económico mencionado tuvo una honda repercusión en la arquitectura, el progreso en el campo de la educación, de las ciencias y en el panorama cultural en general, lo que con el tiempo haría surgir uno de los sobrenombres más conocidos de Matanzas. La ciudad fue cuna de no pocos hijos prestigiosos de la nación cubana, además de acoger a otros tantos, nacionales y foráneos que no pudieron resistirse a los encantos de la ciudad custodiada por una india dormida.

Luz del atardecer dibujando la silueta de la loma El Pan

El propio siglo XIX marcó el fin de esa etapa dorada que sin dudas dejó una huella perpetua que se transmite a todo aquel que nace en la ciudad. Es una especie de “chovinismo”, como dijera un buen amigo, que caracteriza al matancero que se sabe heredero de un legado que representó lo más excelso de la sociedad insular decimonónica.

Hoy la ciudad cumple 323 años y, aunque con breves y superficiales palabras, no podíamos permitirnos pasar por alto fecha tan relevante. Muchas felicidades a nuestra ciudad, que en el contexto de tan difíciles circunstancias se mantiene en pie, resguardando en los oscuros rincones de sus añejados muros los secretos de un palpitar centenario.


Mediopunto enrejado de la puerta de acceso
al vestíbulo del teatro Sauto

Pero no solo la ciudad cumple años, lo hacemos todos los que tuvimos la enorme fortuna de nacer en este hermoso sitio, para ellos, estas palabras.

Felicidades a esos pocos que dejaron, y dejan, hasta los huesos en una victoria Pírrica, que tuvieron el valor y la cobardía de cortar el cordel que los hacía oscilar cual péndulo sobre el abismo de extensiones insospechadas; ya sea para acariciar los guijarros del lecho del río que discurre al fondo del cañón o para desterrar perpetuamente a la gravedad. No piensen que las dimensiones que nuestra limitada conciencia percibe, se levantan como obstáculos que nos impiden regar con nuestros manantiales lo más profundo de nuestra matriz, esa que despide un olor único cuando la lluvia de octubre salpica los centenarios adoquines y baña las hojas de alguna ceiba o flamboyán que creció junto a nosotros. No teman por el sano juicio de la mente y el alma si les parece escuchar, casi imperceptiblemente, al querido obispo Compostela bendiciendo un pedazo de tierra en un anfiteatro repleto de espectadores silvestres, o si pueden ver de soslayo a un tal Uribe y Ozeta con cordeles y una vara de madera en sus manos. Destierren al sobresalto que enceguece si escuchan el crepitar del hierro fundido, y al voltear la mirada, el señor Benavides se escurre a través de una lengua de agua dejando atrás mucho más que un tesoro a su suerte. Tiemblen de orgullo si la luz que se nos escapa a casi todos, ilumina el paisaje donde un filantrópico doctor contempla junto a un escuálido italiano como alzan los vibrantes sillares (sobre la plaza del Almirante) que nos muestran la frontera de toda conceptualización, capaz de separar las mandíbulas del propio Hiram Abiff.

Es posible correr junto al viento que arrastra el polvo y las hojas secas, es posible cabalgar sobre él y guiarlo a nuestro antojo, y depositar nuestras cenizas eternas sobre los muros cimentados en nuestro espíritu bipartido temporalmente. No intenten jamás curar sus heridas dejando al inconsciente la colonización de las dagas, no! Sangren y retuerzan su cuerpo de dolor, hundan los dedos en la tierra que sostiene esta prisión y rindan el tributo más preciado a aquello que jamás clavara las espinas de sus vertebras en nuestra carne. No sostengan nunca los trozos del alma que se desploma cuando un ladrillo se hace añicos sobre el asfalto, no permitan que mueran las raíces de esos árboles que se escurren por entre las fisuras. Disfruten a plenitud ese enorme privilegio que nos fue otorgado desde hace milenios cuando vimos la luz primera en el umbral del vientre del alma del planeta, único sitio donde nuestros sentidos son acariciados por un palpitar antiguo y eterno, a donde regresaremos un día para devolvernos a la génesis de nuestra Matanzas, que hoy cumple 323 años. Felicidades a todos los privilegiados que comparten el polvo de nuestra Atenas.