sábado, 20 de noviembre de 2021

Nuevo libro sobre la historia de San Carlos de Matanzas


Historia fundacional de Matanzas: los años formativos (1680-1765), de la editorial Aspha Ediciones (ISBN-978-987-3851-33-9), es un libro que cubre el proceso de planeamiento y población de la ciudad de Matanzas, al noreste de Cuba.

El libro provee en sus 584 páginas un rico compendio de información detallada, extraída de los documentos de la época, sobre el planeamiento de la fortaleza principal -el castillo de San Severino- y el sistema de asentamiento que le acompañó. Varios capítulos se dedican exclusivamente al proceso migratorio de familias isleñas (de Islas Canarias) que se mudaron a la isla de Cuba y que fueron luego seleccionadas para poblar la nueva ciudad que se nombraría de San Carlos y San Severino de Matanzas en 1693. Se proveen listados de fundadores y otras familias, con detalles sobre la fecha de su llegada, precedencia en el archipiélago canario, nombres y apellidos, su condición física e historial de salud, y en algunos casos hasta una descripción física. Por lo que estos datos hacen de esta obra una relevante fuente de información genealógica para la investigación de los núcleos familiares canarios emigrados a Cuba a finales del siglo XVII y su asentamiento y distribución dentro de la isla desde entonces. Sumado a esto se proveen detalles de otras etnias y grupos migratorios, con similar detalle, que también comprendieron y enriquecieron la población de la ciudad de Matanzas y el entorno de su bahía.

El libro esta disponible aquí:

 

https://www.lulu.com/en/us/shop/johanset-orihuela-león/historia-fundacional-de-matanzas-los-años-formativos-1680-1765/paperback/product-gkngqq.html?page=1&pageSize=4





domingo, 14 de noviembre de 2021

Aporte de Manuel F. García a la historiografía de Matanzas



Los años entre 1808 y 1833 marcaron un período crítico en la historia de España y sus colonias. No solo estuvo la Corona envuelta en una cruente guerra civil y reformista, sino que a la vez comenzaba a perder parte de su vasto imperio americano. En 1808 Napoleón derrocó el gobierno español de Fernando VII, quien fue exiliado. Cuba, como colonia del vasto imperio, profesó lealtad a Fernando VII, aceptando a la vez, la promulgación de la Constitución de 1812. Fernando retomó la Corona en 1814 y regresó del exilio, pero la revolución interna y las reformas sociales colmaron la atención que el gobierno español podía rendir a sus colonias americanas. A pesar de ello, este fue un momento de máximo avance socioeconómico y cultural en Cuba, y especialmente en la ciudad de Matanzas. En 1819, finalmente se abrió el puerto matancero al comercio global (y también esclavista) con la puja del gobernador Juan de Tirry y Lacy. Con el crecimiento económico que siguió, se crearon el primer teatro de la ciudad (1822), la Diputación Patriótica (1827), los periódicos y La Aurora (1828, aunque ya en 1813 se había creado el Diario de Matanzas), la Sociedad Filarmónica (1829) y la primera biblioteca pública (1833) entre otras (Alfonso, 1854; Quintero, 1878); todas con un significativo impacto en la vida social, económica, y cultural de la ciudad. 

La creación de estas instituciones reflejaba el espíritu fomentalista, que, como influencia ideológica, apoyaban el descubrimiento y explotación de los recursos naturales de manera inteligente (Marrero, 1980). Esta corriente, a la vez, eran síntomas de un crecimiento que venía gestándose desde la segunda mitad del siglo XVIII (ej. Comisión del Conde de Mopox y Jaruco; véase Orihuela y Cotarelo, 2020). Al morir Fernando VII a finales de septiembre de 1833, su hija, la infanta María Isabel (1830-1904), heredó el trono como Isabel II. Su madre María Cristina (1806-1878), actuó como reina regente sosteniendo una política mucho más liberal hacia las colonias americanas. En este contexto floreció un interés dirigido a rescatar y preservar la memoria histórica de la ciudad y su acontecer diario en forma de breves compilaciones. Entre estas surgieron los escritos de José M. O’Farrill y el doctor presbítero Manuel Francisco García que abren una ventana hacia Matanzas en las primeras décadas del seminal siglo XIX. 


El manuscrito inédito de Manuel Francisco García que se encuentra en la colección de J. A. Escoto, de la biblioteca de Houghton, Universidad de Harvard (EE. UU.), está compuesto de 18 folios en cuarto y fechado en Matanzas, el primero de mayo de 1832 (MS Span 52, 746). En sus primeras líneas García explica su destinatario y objetivo: “…al doctor secretario de la Sección de Historia…” de la “Junta” pero no se explica cual. A este se remitía el “…cuaderno que abraza, además de las noticias concernientes al ministerio (…) las tradiciones de más autoridad sobre la raza indígena que poblaba este suelo…”, y cuya intención era que la “Junta” se encargara de su publicación, la cual atendería a su “…ardiente deseo de ser útil al público…” (fol. 1r). Se disculpaba García diciendo

“Quisiera haber podido despachar este pequeño trabajo con mayor anticipación, y de un modo más completo…” pidiendo que la sección de la Junta, a la que remitía el trabajo, disimulara lo que considerara inapropiado: “Espero que disimule que no le haya dado toda la latitud que la sección desearía, así porque las graves ocupaciones de un ministro apenas me dejan el tiempo necesario…” (fol. 1r). 

Al parecer el cuadernillo no llegó a publicarse y arribó con los papeles de Escoto a la colección de Harvard. Estos documentos llegaron a dicha institución en 1929 como obsequio del naturalista Tomás Barbour, investigador del museo de Zoología Comparativa de aquella universidad, quien los compró en una visita a Cuba en 1917 (Orihuela y Hernández de Lara, 2018).

A comienzos del siglo XIX, Manuel Francisco García había sido presbítero de Corral Nuevo. De su pluma nació un expediente sobre la construcción de un nuevo cementerio general de la ciudad de Matanzas, el cual ayudó a promover con su publicación en 1840 en la Imprenta del Gobierno y Marina (La Aurora de Matanzas, jueves 8 de octubre de 1840, p. 2). Como venerable sacerdote luego de la iglesia de Matanzas, e íntimo amigo del bardo Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), permitió que se sepultara a este, a pesar de haber sido fusilado, “…al pie del quinto pino o casuarina que se ostentaba a la izquierda de la entrada…” de aquel nuevo camposanto (Morales, 1901: 174). García fue discípulo del padre Félix Varela, e impartió clases de filosofía en el colegio La Empresa (Morales, 1901) e integró la Asamblea Suprema y comitiva bajo cuyo cuidado se construyó la iglesia de San Juan Bautista en el barrio de Pueblo Nuevo (Pettway, 2020). 

Los apuntes históricos del padre García comienzan con la posición cosmológica de la bahía – como era usanza de la época, véase también en la publicación de O’Farrill – y de ella pasa a su etimología toponímica. Sobre el origen de esta última registra que “…se cuestiona entre los anticuarios de la isla, unos defienden que proviene de la matanza de indios…” y otros de la matanza de ganado al comienzo del siglo XVI (fol. 1r). Para esta época, recordemos que García redactó el manuscrito en 1832, fue que se comenzó a superponer sobre la ciudad el sitio de la matanza de Caonao (originalmente en Camagüey), interpretada por algunos intelectuales de la época como la supuestamente ocurrida en la bahía de Matanzas que dio firmamento al nombre de la rada y a la leyenda de Yucayo (Orihuela y Viera, 2020). 

Continuó el padre García que algunos consideraban que “Yumurí” provenía del lamento de un aborigen en “mal castellano” [yo morí], como es común creencia. Otros sostenían una hipótesis contraria, “…que el referido nombre trae su origen de la crueldad alerosa [sic] que el principio de la conquista practicase ciertos indios…” (fol. 1r). Todas las variaciones sobre el origen toponímico de la bahía carecen de veracidad histórica, pero ha sido asimilado en la identidad cultural de la región. Como tema, el origen del nombre de la región matancera sufrió un proceso revisionista en la segunda mitad del siglo XIX que contribuyó a adquirir su estatus legendario actual (Orihuela y Viera, 2020). Pero los escritos de García anteceden a las publicaciones de José María de la Torre y Francisco Javier de la Cruz, dos autores que influyeron en plasmar la leyenda del mítico Yucayo de la bahía de Guanima sobre Matanzas (siguiendo las distorsiones de algunos cronistas del siglo XVI, Orihuela y Viera, 2019, 2020), por lo que es improbable que dichos autores hayan nutrido los apuntes del padre García. Para la época no existían las publicaciones en esta temática como el Álbum de Yucayo (1847), o los artículos de periódico de Francisco Ximeno, Juan Ignacio de Armas, José María de la Torre y Javier de la Cruz. Como fuentes, García cita la obra de Antonio José Valdés (1813).


Sobre los aborígenes de la región comentó:

“Los indios de esta comarca fueron extinguiéndose desde el descubrimiento, pero desde el año de 1539, en que llego a gobernar la isla Hernando de Soto, al de 1564 (…) se fueron casi todos en sus piraguas a la Florida; creyendo, según antiguas tradiciones, volver al país de sus antepasados…” (fol. 2-3).

García otorgó amplio espacio a comentar sobre los aborígenes, su extinción, y sus casas de madera y guano, sus muebles, instrumentos líticos (ej. “piedras de rayo’) y otras aplicaciones, citando en varias ocasiones al Barón Alejandro de Humboldt. En gran parte, los apuntes de García sobre los nativos cubanos son limitados y poco informados. Visto a la luz del conocimiento actual, muchos son incorrectos. Al parecer, García plasmó lo que era quizás conocimiento común de la época. En otras instancias, curiosamente, hace referencia a conocimiento que no se estableció hasta años después, como la división territorial o las provincias aborígenes de la isla (fol. 4). En este tema, antecede la publicación de José María de la Torre (1839-1847). 


Sobra la fundación de la ciudad y la extensión territorial


Según García: “…las primeras líneas de esta ciudad fueron trazadas el sábado 10 de octubre de 1693…” en presencia de “…36 personas muy distinguidas…” Sumó García que fue el obispo de la isla, Diego Evelino de Compostela quien nombró la ciudad “San Carlos Alcázar de Matanzas” (fol. 1v). Este pasaje presenta varios errores, algunos arrastrados sin verificación de la documentación primaria hasta recientemente. La ciudad de Matanzas fue oficialmente nombrada “San Carlos y San Severino de Matanzas” por el gobernador, Capitán General de la isla, don Severino de Manzaneda en octubre 12 de 1693. Los presentes fueron mucho más que 36, y los vecinos fundadores oficiales entre 19 y 20, como ha quedado demostrado de fuentes documentales y demográficas de la época (Orihuela et al., 2019a, 2020). Sumó el padre García: “…Desde el año de 1693 en que tuvo principio la fundación de Matanzas hasta el corriente siglo, muy pocas son las ocurrencias notables que ofrece su historia…” Afirmación que está muy lejos de realidad histórica. De estos pequeños errores es evidente que García no extrajo su información de las Actas Capitulares en el archivo del ayuntamiento u otras fuentes primarias. 

Continuó el padre García que, ya desde 1607 – según una cédula real expedida el 8 de octubre – Matanzas se consideró un poblado sometido al gobierno de La Habana, dentro de su distrito. En este dato siguió la obra de Valdés (1813); el dato es verosímil y apoyado en documentación primaria. 


Arquitectura, demografía y riqueza local


El aporte más significativo de la obra de García se encuentra en este acápite, especialmente su aporte a las estadísticas locales, datos sobre las fortificaciones e iglesia. En estos temas los apuntes de García constituyen una fuente primaria, dado que de esto fue testigo de primera mano durante su estancia en la ciudad. Resulta particularmente novedosa para 1832 su recopilación de los curas párrocos de la ciudad entre 1693 y 1809, ya que anteceden los provistos por Alfonso (1854) y Quintero (1878). 

Sobre la arquitectura local apuntó:

“Hace 14 o 15 años [o sea 1814-1815] que era tan rara una casa de teja y mampostería como lo es actualmente en la parte principal de la ciudad, una de las llamadas comúnmente de ‘guano’ que tocan a ser total extinción.(fol. 4-5).

García proveyó un breve censo, que puede compararse con el de Tirry ya publicado (Orihuela, 2020a) y el O’Farrill en la figura 2 en la primera parte de este aporte (Orihuela y Cotarelo, 2021). Según las tabulaciones del cura había 1800 casas en la ciudad, cada una con un promedio de ocho habitantes por familia. Sobre el capital disponible para el crecimiento urbano sumó que:

“El capital que consideramos hay destinados a la fabricación pasa de 650,000 pesos. Se levantan fabricas cuyos impuestos ascienden de 40 a 70,000; de 6 a 12 se ven por todas partes los vecinos de 12 a 15 años se encuentran transportados como por ensalmo [sic] a una hermosa población…” (fol. 5). 

La población había crecido desde 4887 habitantes (contando blancos, esclavos y libertos) en 1816 a 9333 una década después (~44%), y en julio de 1828 a 11154. En total, constituyen una tasa de crecimiento de ~83 % que reflejan la inmigración y el crecimiento socioeconómico que experimento la ciudad desde la apertura de su puerto. Sobre este punto que:

“El puerto tiene un embarcadero a 5 leguas de distancia, que, aunque insalubre en localidad se ha hecho importante, oyes en el año 16 [1816] había tres lanchas destinadas a la conducción de frutas que allí depositan hacendados para traer a los almacenes de la ciudad…” (fol. 5). 

Ya en 1828, el pastor norteamericano Abiel Abbot, de paso por la ciudad, advertía que 

“Matanzas, a causa de su súbito desarrollo, se ha convertido en una ciudad de considerable importancia y está destinada a ser una gran urbe. Hace dieciocho años era sólo algo mayor que Cárdenas, pero gran parte de este crecimiento ha ocurrido en los últimos diez años…” (Abbot, 1829: 126). 

Para 1832 este número de embarcaciones se había multiplicado a 32 lanchas “…exclusivamente en este tráfico, matriculadas (…) provechosamente a 225 hombres…” Estas lanchas fueron fuente de empleo y un componente ilustrativo del crecimiento económico substancial que experimento la ciudad a través de su puerto durante las primeras tres décadas del siglo XIX. Otras 58 lanchas más 400 esclavos “…facilitaban los embarques y desembarques para más de 300 buques de diferentes puntos y naciones que anualmente vienen a nuestras bahías…”, que, en los últimos 14 años habían alcanzado los 5 millones. Las fotografías tomadas en la ciudad por el norteamericano George N. Barnard en 1859 reflejan los trajines diarios del puerto y las lanchas del río (Orihuela y Viera, 2016). 

Según el padre García, fue durante el siglo XIX que se conoció la riqueza de sus suelos y la “importancia topográfica” de la región. Apuntó, evidentemente siguiendo el censo de Tirry, aunque sin citarlo, que en 1813 existían en los campos matanceros 37 ingenios y 73 cafetales, con una extracción que equivalió en 1816, a 21,876 cajas de azúcar y 18700 de café. Para 1826 se había más que duplicado a 115 ingenios y 228 cafetales; toda una taza de crecimiento de 30%. 

García además comentó sobre la calidad de las aguas de la región. Entre estas resaltó las de Cuanavaco, a cuatro leguas al oeste de la ciudad – hoy sumergidas bajo la presa del Valle Elena; las de San Miguel y las de San Pedro; todas ellas descritas en detalle, sumando las aguas de igual importancia en los baños de Pila, Ocújal [sic], Madruga y Cupey. 

Sobre las fortificaciones de la ciudad comentó García que: “…defienden a Matanzas los cuatro fuertes de San Severino, el Morrillo, Penas Altas y la Vigía, cuya importancia graduada en el orden que se denominan, reducen la nulidad de la última…” (fol. 8). Este último pasaje directamente refiriéndose a la ya considerada entonces obsoleta batería de San José de la Vigía, que, en conjunto a otros proyectos de la rada, condujeron a su demolición en agosto de 1862 (Orihuela y Viera, 2016; Orihuela et al., 2019b). Continuó García, que otras construcciones importaban una placentera confianza, resaltando “…la posesión del más hermoso cuartel de la isla, en cuyo costo ha contribuido este vecindario…” (fol. 5), refiriéndose al cuartel de Santa Cristina (López 2016, 2019, Orihuela et al., 2021). 

Dado su posición como miembro de la Iglesia, el cura García ofrece algunos datos novedosos sobre la arquitectura y funcionamiento de esta instrucción en la ciudad. Sobra la actual Catedral San Carlos Borromeo complementó que se le había construido “…la torre de bella arquitectura a los 133 años [de su construcción inicial], siendo obispo (…) don Juan José Días de Espada y Landa…” y bajo la capitanía de Dionisio Vives, la gobernación de Cecilio Ayllón y su propio (el de García) envolvimiento en la supervisión de la obra. Este apunte antecede la obra inédita de José Jacinto M. Martínez “Crónica de la iglesia parroquial de San Carlos de Matanzas extractadas de los Archivos de esta y otras noticias” fechada en 1857 (Pérez, 1992; Orihuela et al., en prensa). Sobre su interior mencionó tener “…hermosos altares de caoba, adornado lo posible con (…) aseo...” (fol. 8). Contenía establecidas dos cofradías, una con el Santísimo Sacramento y otro de la Soledad de María Santísima. 

Según el padre García, la parroquia matancera contaba con cuatro iglesias: una en Nueva Florida (Ceiba Mocha), Santa Ana, Santa María del Rosario del Corral (Corral Nuevo) y San Juan Bautista de Pueblo Nuevo. De esta última “…se ha logrado su conclusión o fabrica con la piedad del vecindario…” (fol. 8). Su primera piedra había sido asentada, a vista de un público espectador “…júbilo y alborozo…” el 21 de diciembre de 1828. Según Quintero, esta se había colocado el 28 de agosto de 1828 (1878: 842-46). Aquella primera piedra llevaba la siguiente inscripción en latín:

Ferdinando 7º Rege. Pio, Semper arrquisto, Franco. Dionisio Vives, Insulam Cubae, Joanne Josepho Días Espada, Diececium habanerum, Cecilio Ayllon Matantiae civitatem, Emmanuele Francisco Garcia, Paraeciatem ecclesiam, feliciter gubernantubus, Templum Hoc Pecunia Collectitia, Coditum, Divo Joanni Baptistae, D. O. C. Anno Domini MDCCC XXVII (fol. 9).

Las gestiones para la construcción de la iglesia San Juan Bautista de Pueblo Nuevo habían comenzado desde junio de 1827 con la donación del espacio por tres vecinos: Norberto García, Manuel de Sotolongo y Juan Dulzaides quien fuera luego su maestro de carpintería; a estas sumada otra de los herederos de Rita de Sotolongo (Domínguez, 1963). En 1828 fue aprobado el proyecto y finalmente culminado en mayo de 1832(Quintero, 1878; Treserra, 1941; Domínguez, 1963; López y Marrero, 2012). Es notable en la inscripción la participación del padre García – la cual, según Domínguez (1963: 8) le fue encargada por el obispo Espada el 22 de febrero de 1828. El albañil de la obra fue el maestro José Hernández (op. cit.) Al fondo del altar mayor llevó colocada una “…hermosa imagen de San Juan Bautista, titular de dicha iglesia, hecha por el célebre profesor D. Juan Bautista Vermay…” (Domínguez, 1963: 8). 

Sobre el nuevo cementerio, con el cual también sostuvo una conexión directa, el padre García escribió: 

“El 24 de agosto de 1825 se erigió la capilla del Cementerio General de esta ciudad y se dijo la primera misa en ella, habiendo concedido el actual Excelentísimo e Ilustrísimo Sor. Obispo diocesano…” (fol. 9). 

García ofrece además un largo listado sobre las ermitas, capillas, y otras obras dedicadas a múltiples santos en varias haciendas del interior matancero. Por ejemplo, una ermita dedicada a San Francisco de Paula en el partido de Laguna Larga de Manuel Martínez; un “oratorio legítimamente construido” en La Cumbre por “don Joaquín”; y la señora marquesa de Prado Ameno tenía otra dedicada a Nuestra Señora de la Candelaria en su hacienda de Los Molinos. Finaliza sus apuntes con otra larga lista de curas párrocos, tenientes de curas y sacristanes mayores de la parroquial matancera entre 1693 y 1809. 


Si de la historia de la Atenas de Cuba se trata, nadie mejor que el historiador y militar ateniense Tucídides para recordar que “la historia es un incesante volver a empezar”, quizás porque como expresara Mario Benedetti “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron las preguntas” y es tarea del historiador honesto rastrear hasta la saciedad todas las posibles fuentes que ayuden a la realidad histórica. Los aportes de José M. O’Farril y Manuel Francisco García, con sus verdades, errores e imprecisiones, son una prueba de cuanto todavía queda por desempolvar y sumar acerca de algunos pasajes de la historia matancera y son, además, testimonios de la riqueza que atesoran las bibliotecas y los archivos para apoyar estas búsquedas. En el caso de O’Farrill se conservan en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí algunos de los números de prensa donde quedaron sus ideas y, con respecto a Manuel Francisco García, cuya obra contiene múltiples incongruencias históricas -algunas refutadas recientemente con evidencia documental y otras que son artefacto de la memoria de la población- lo respalda la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard donde se conserva la inestimable colección de José Augusto Escoto. Con estas páginas se pretende divulgar aspectos menos conocidos de la historiografía local, sin temor al dato que pueda hacer cambiar “verdades establecidas” pues cómo decía el gran Miguel de Unamuno “...el progreso consiste en renovarse...”. 



Agradecimientos

Extendemos nuestro agradecimiento a Johan Moya Ramis y a Librínsula por todo su apoyo. Para bibliografía véase los textos publicados. 


Cita obligatoria:


Orihuela León, J. & Cotarelo Crego, R. (2021). Aporte de Manuel F. García a la historiografía de Matanzas: perspectiva de la ciudad en la primera mitad del XIX desde un manuscrito inédito. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 412 (Desde adentro, noviembre 2021): 1-12. 

Disponible aquí: 

http://librinsula.bnjm.cu/412/desde_adentro/302/aporte-de-manuel-f-garcia-a-la-historiografia-de-matanzas-perspectiva-de-la-ciudad-en-la-primera-mitad-del-xix-desde-un-manuscrito-inedito.html

martes, 12 de octubre de 2021

Nuevo libro sobre la historia fundacional de Matanzas



Con gran regocijo anuncio la publicación del libro “Historia fundacional de matanzas: los años formativos (1680-1765)” (Aspha Ediciones, ISBN 978-987-3851-33-9).

Este es un compendio de 584 paginas y 78 ilustraciones (algunas inéditas) que cubre con detalle la historia de la fundación de Matanzas, desde su efectivo planeamiento hasta 1765 (en breve compartiremos una escueta, pero detallada reseña bilingüe de su contenido).

Enlace donde se puede comprar el libro: 


Una obra de esta envergadura no se puede completar sin la ayuda de amigos y compañeros que me impulsaron en la marcha. En especial a Ramón Cotarelo Crego por toda su constancia y apoyo diario, sus múltiples revisiones y reajustes, pero mas que nada, por escuchar. Otro muy especial agradecimiento le debo a la poetisa Yanira Marimón, quien luego pulió y editó el inmenso y denso manuscrito. Y por ultimo, pero no menos, a Odlanyer Hernández de Lara y Aspha Ediciones, quienes confiaron en mi contenido, realizaron la maquetación y diseño final. 

A Ramón y Yanira les respeto inmensamente, como profesionales y como personas. Ambos redactaron para la obra su opinión respecto a este libro, que, por razones de tamaño, no pudieron conformar finalmente sus páginas. El texto de la contraportada es una síntesis de sus palabras, y aquí justamente les reconozco. Aquellas palabras, sin embargo, quisiera compartírselas a ustedes ahora aquí y con el permiso de sus autores. 



"[...] Este libro es fruto de la investigación exhaustiva que su autor realizara, durante más de cinco años, sobre el proceso fundacional de la ciudad de Matanzas, de su loable empeño por dilucidar y exponer aspectos esenciales de esta etapa. Pero, en realidad, este libro es mucho más que eso: Es, también, un texto escrito desde el amor, la responsabilidad y gratitud que produce la pertenencia al sitio que nos vio nacer, crecer, despertar a la vida. Johanset Orihuela, con la labor minuciosa y paciente de un artesano, ha hurgado en las fuentes primarias de la Historia, y se ha colado en la piel de sus protagonistas, en su manera de pensar, de sentir; ha estudiado y nos ha descrito los hechos, sus causas y consecuencias; los paisajes, ambientes, con tal fidelidad, que todos sus lectores podremos sentirnos parte de ese tiempo. Uno de sus objetivos principales es el de otorgar protagonismo a aquellos que fueron los hacedores de la Historia, dejarlos hablar, exponer sus dudas, miedos, anhelos, esperanzas. 

Es entonces este libro el resultado de una combinación magnífica de rigurosidad en la investigación histórica y la inmensa gratitud, traducida en pasión y compromiso. Yo, que soy poeta, puedo dar testimonio de que hay mucho de poesía aquí, de calidez; no es un texto frío y académico donde lo principal es la exposición de datos o el análisis detallado de los hechos (que aquí se exponen y analizan magistralmente). Tampoco tiene como objetivo demostrar a ultranza “verdades absolutas”, sino aportar humildemente todo el conocimiento acumulado durante años de dedicación. Agradezco a su autor la posibilidad que me dio de ser su editora, su confianza absoluta en mí. He tenido el privilegio de hurgar en cada idea, frase, palabra o sílaba. Con la lectura de este texto, y a través de ella, me he transportado al pasado de una ciudad que amo profundamente y a la que me unen lazos eternos. He caminado, como Johan, por los caminos enyerbados de las fértiles tierras de Matanzas, sentido el olor de la lluvia, visto de cerca la flota pirata de Piet Heyn, los antiguos ingenios; he asistido a la colocación de la primera piedra fundacional, mezclándome entre los vecinos curiosos y expectantes por lo que les depararía el futuro en esta recién estrenada ciudad. Y he sentido que he estado allí realmente, que he formado parte de todo. ¿Puede haber mayor mérito para un libro de Historia que hacernos sentir parte viva de ella? 

No me queda más que agradecer a Johan, en nombre de todos lo matanceros, por este valioso, cuidado y emotivo aporte a la historiografía cubana. Estoy segura de que, como a mí, este libro transportará a sus lectores a un tiempo lejano pero que, de alguna forma, sentimos cercano y amable, porque, ¿qué somos sino el conjunto y el fluir de todo y todos lo que nos han antecedido, lo que, junto al presente, conforman nuestra historia personal y colectiva?

Jamás será suficiente lo que hagamos para corresponder a la ciudad en la que nacimos, ni a nuestros antepasados, que nos legaron todo lo tangible e intangible que nos identifica como seres individuales. Es este un homenaje hermoso, afectivo y necesario a esa ciudad-cuna, nuestra Matanzas amada, ese sitio memorable y único al que siempre querremos volver. Del que, de alguna manera, nunca nos hemos ido."

Yanira Marimón. Telde, Gran Canaria, 30 de septiembre de 2021



"[...] Existen libros que marcan un antes y un después. “Historia fundacional de Matanzas. Los años formativos 1680-1765”, es uno de esos textos imprescindibles. Resultado de largos años de búsquedas, análisis honesto y ponderadas valoraciones de una copiosa documentación dispersa en bibliotecas, archivos y colecciones privadas, Johanset Orihuela León entrega con esta obra un exhaustivo estudio acerca de los actos fundacionales de la ciudad de Matanzas, sin olvidar sus antecedentes y repercusiones en los años posteriores a su materialización. Reconociendo las contribuciones de investigaciones anteriores, el autor enfrenta un escabroso camino para desentrañar y esclarecer numerosos aspectos que hasta el presente habían permanecido parcialmente abordados y en algunos casos no interpretados en su justa dimensión. Gracias a su extraordinaria curiosidad, capacidad de cuestionamiento y de reflexión que, apoyándose en las fuentes primarias, algunas de ellas sacadas a la luz por primera vez con esta investigación, el autor asombra con el volumen de documentos consultados y la hábil lectura e interpretación que hace de estos materiales llevando como máxima que “la verdad es aquello que está probado”. Oscar Wilde recordaba que “solo siguiendo caminos no trillados se puede descubrir realmente algo nuevo”, y no se puede temer a lastimar ilusiones sedimentadas en el tiempo, cuando debe primar la veracidad y la imparcialidad, pues como puntualizaba el gran Miguel de Unamuno “la ciencia nos enseña, en efecto, a someter nuestra razón a la verdad y conocer y juzgar las cosas como tal y como son, es decir, no como quisiéramos que fueran”. Hace casi un siglo, en 1932, en su libro “Matanzas y su puerto desde 1508 hasta 1693” el eminente intelectual matancero Carlos M. Trelles advertía “queda mucho por investigar sobre la fundación de Matanzas (…) confiamos que en breve alguno de nuestros historiadores podrá poner en claro todo lo que en este trabajo ha quedado en penumbra por no haber podido el autor realizar una investigación, como el caso requería, en el Archivo de Indias.” Hoy, después de tantas décadas, finalmente, Orihuela León ofrece un contundente estudio de la fundación de Matanzas y los diversos aspectos y personajes vinculados a este hecho, corroborando la sentencia de la sabiduría popular que expresa: “lo obscuro acabamos viéndolo, lo completamente claro lleva más tiempo.” 

Ramón Cotarelo Crego, septiembre de 2021



lunes, 2 de agosto de 2021

La historiografía temprana de la ciudad de Matanzas: O'Farrill


Librínsula, la Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, a publicado en su número 410 (acápite Nombrar las Cosas), un breve aporte para la historia de Matanzas; una visión de la primera mitad del siglo XIX desde documentos de difícil acceso. Disponible aquí:

http://librinsula.bnjm.cu/410/nombrar_las_cosas/279/la-historiografia-temprana-de-la-ciudad-de-matanzas-perspectiva-desde-dos-obras-de-la-primera-mitad-del-xix.html

 

Aquí les compartimos una versión: 

“[…] La historiografía de la ciudad de Matanzas nació sustancialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta la primera década del siglo XIX Matanzas había sido una simple comarca, con un mínimo margen de crecimiento económico y cultural. No fue hasta las primeras décadas del siglo XIX que la ciudad comenzó su despegue, proporcionado por la apertura de su puerto al comercio global y el auge de la industria azucarera, ambos apoyados en una cruenta esclavitud. Conjunto a su auge socioeconómico, brotó un interés por el conocimiento histórico de la ciudad reflejado en el interés intelectual de rescatar la trayectoria histórica de la región y su población.

Este devenir historiográfico quedó finalmente plasmado en dos obras magnas de la segunda mitad del siglo XIX, hoy de obligatoria consulta: Memorias de un Matancero de la pluma de Pedro Antonio Alfonso, publicada en 1854, y Apuntes para la Historia de la Isla de cuba con Relación a la Ciudad de Matanzas de José Mauricio Quintero, publicada en partes entre 1868 y 1878. Pero lo cierto es que la tradición historiográfica de Matanzas tiene raíces más profundas, algunas que se remontan hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuyo aporte o perspectivas resultan hoy novedosas o muy poco conocidas (Orihuela y Cotarelo, 2020). Entre estas se encuentra la Descripción histórica y geográfica del pueblo y jurisdicción de Matanzas de José Manuel O’Farrill publicada desde 1813 en separatas de la prensa; obra considerada la primera recopilación de la historia de Matanzas (ej. Alfonso, 1854; Trelles, 1922, 1924; Ponte, 1959; García, 2009; Ocasio, 2020). La publicación de O’Farril ha sido extensamente citada pero directamente poco consultada, dado el desconocimiento de ejemplares sobrevivientes o transcripciones (op. cit.). Por ende, su contenido no ha estado al alcance de historiadores locales y es escasamente conocido. 


Gracias a la preservación fortuita de algunos ejemplares de la obra de O’Farrill en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, aquí se expone un análisis y contextualización de los datos más relevantes en ellas contenida. A estos se suman un boceto histórico inédito de Manuel Francisco García, manuscrito en mayo de 1832, de la Colección de José Augusto Escoto en la Universidad de Harvard, (EE. UU.). En conjunto, con el apoyo de la prensa local de la época y otras fuentes documentales, permiten una visión sobre el estado de la ciudad en las primeras décadas del siglo XIX. Con este breve aporte se nutre el conocimiento histórico de la ciudad durante la primera mitad del siglo XIX, momento crucial en la evolución general de la ciudad y la región.

La recopilación histórica de O’Farrill nació del ímpetu intelectual del siglo de las luces, el racionalismo y enciclopedismo de finales del siglo XVIII. Aquellos valores de la ilustración en tiempo de Carlos III emanaban desde la metrópolis hasta las márgenes del imperio, importados por los ciudadanos más instruidos, la élite socio-militar, y las reformas borbónicas (Marrero, 1980; Arregui, 1983; Stein y Stein, 2006). En Cuba, este ambiente pro-intelectual dio paso a la fundación de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País (1787-1793), el Reglamento de Bibliotecas Provinciales (1812) y el Real Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana (1794); casi todas en las que Juan M. O’Farrill ejerció un rol. 

Juan Manuel O’Farrill Arredondo, habanero de nacimiento, del seno de una familia distinguida, fue un personaje con estrechos lazos en la historia de Matanzas durante la primera mitad del siglo XIX. Fue miembro fundador de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana (Ponte, 1959). En los primeros años del XIX tuvo residencia en la ciudad de Matanzas, donde ejerció como capitán de dragones y teniente coronel del escuadrón de caballería de milicias (Santa Cruz, 1940:337-338; García, 2009: 206). En 1819, introdujo el primer barco de vapor, “El Neptuno”, estableciendo una vía de comunicación habitual entre los puertos de La Habana y Matanzas que facilitaba la trata esclava (Marrero, 1980; Rojas, 2019). O’Farrill falleció en julio de 1825 contando con 65 años, y su entierro se efectuó en Madruga, donde su familia tenía haciendas (García, 2009). Al momento de la publicación de su Descripción en 1813, fungía como cónsul del Real Consulado de Agricultura y Comercio de La Habana (Ponte, 1959: 102). 

La valiosa compilación de O’Farrill fue publicada en varios periódicos del momento como El Patriota de Matanzas, de la imprenta de José María Marrero y el Diario de Matanzas, de la oficina de Francisco Camero (Trelles, 1924). Según el historiador Trelles, también se publicó a finales de febrero de 1814 en el Diario de La Habana (Trelles, 1924: 217). De estos solo se han podido localizar ejemplares de El Patriota (Johan Moya Ramis com. pers. octubre de 2020), fechados entre el 13 y 18 de octubre de 1813 (Fig. 1). Estas notas históricas – según él mismo O’Farrill – habían sido presentadas al Ayuntamiento de la ciudad el primero de octubre de 1813.

Descripción histórica y geográfica del pueblo y jurisdicción de Matanzas de José Manuel O’Farrill son una recolección de breves datos sobre la posición geográfica de Matanzas, con datos de su topografía y clima (temperaturas). Se discuten las zonas cenagosas y las plantas que allí crecían, más la calidad de sus aires. O’Farrill afirmaba la necesidad y beneficio que sería desecar las ciénagas circundantes a la ciudad, subrayando que: 

“…serían más felices sus habitadores, si favorecidos por la naturaleza, lo fuesen también por el arte; si corrigiendo aquella con la desecación pretendida, apartasen de sus puertas los efectos pestilenciales del metitismo [sic], respirando (…) el aire balsámico de los campos vecinos…” que se purificaban con los vientos y brizas del mar (O’Farrill, 1813: vol. 1, p. 1). 

Llamados similares se realizaron durante los períodos con brotes de epidemias, como fiebre amarilla, y más con la del Cólera de 1833 (Orihuela, 2020 b, c). A esto sumaba O’Farrill, que tal desecación de los terrenos bajos agregaría unas 10 caballerías “…de tierra cultivable a las del territorio…” (O’Farrill, 1813: vol. 1, p. 2). Esta propuesta no refleja una idea original ya que planes pare desecar y urbanizar estas áreas insalubres venía gestándose desde la segunda mitad del siglo XVIII (Pedro Martín de Acuna, Matanzas 20 enero de 1889, Actas Capitulares de Matanzas, vol. 13, fol. 82; Conde de Gibacoa, 1764 en AGI/Títulos de Castilla 11, R. 3) y fueron apoyadas luego por las investigaciones de la Comisión de Guantánamo y la gobernatura de Juan de Tirry y Lacy entre 1802 y 1819 (Orihuela y Viera, 2016; Orihuela y Cotarelo, 2020). Estas zonas serian finalmente rellenadas y pobladas, convertidas en las zonas que hoy cubren los barrios de Pueblo Nuevo, La Marina, San Sebastián y Ojo de Agua. Los planos de Pablo Milera, Juan José Diez Gálvez y Rafael Mestre reflejaron este planeamiento (Escalona y Hernández, 2008; García, 2009; Orihuela et al., 2021). El plano de Milera, específicamente denuncia los terrenos cenagosos adyacentes a la ciudad en 1815, y en el mismo acota que: 

“…la parte de Sur lindando con el Río de Sn. Juan de cinco caballerías y la del Norte y Este de dos caballerías; Se observa que en el estando que están le entra la marea y por consiguiente pertenecen al Rey (…) se le pide la merced [roto] suplicante a desmontar [roto] desecarlas y terraplenar lo que [roto] para solares…” (ANC/Intendencia General de Hacienda, 388, N. 21 en García, 2009: ilust. 74, p. 66). 

Ese mismo año, el recién-jurado gobernador, brigadier Juan de Tirry y Lacy, comenzó una extensa labor de desecación de algunos de aquellos terrenos. Entre estas, rellenó 1400 varas (~1.17 Km) con dos de altura en las zonas bajas de una margen del río San Juan, robándole al mismo, terreno en donde se construyó una “hermosa carnicería y matadero” (alcalde ordinario José Pereyra, Matanzas 6 de agosto de 1819, AGI/Santo Domingo, 1709, fol. 4 en Orihuela et al., 2021: 75). A estas se sumaron otras regiones, sobre las cuales se construyeron calzadas, como explicó una certificación del Cabildo de Matanzas en 1819:

“Está concluida enteramente la calzada de cuatrocientas ocho varas de largo, construida sobre la ciénaga meridional del río San Juan a fin de que los ganados lleguen al matadero sin atravesar la población, y esta también muy adelantada otra calzada más ancha, que cruzando la misma Cienaga, ahorraría media legua de rodeo y algunos malos pasos que la entrada de la ciudad tiene por esta parte…” [sic] (Matanzas, 26 de noviembre de 1819 (AGI/Santo Domingo, 1709, fol. 3 en Orihuela et al., 2021: 75). 

Para por fin desecar aquellos terrenos bajos, en 1832 el gobernador Francisco Narváez, puso a la obra 4250 esclavos para “…la construcción de los sardineles y terraplén de las ciénagas…” (Zaragoza, 1839:108). Narváez no solo impulsó estas obras para el fomento de la ciudad, sino también por el temor de que estas auspiciaran la epidemia del cólera que tan fuertemente azotó a la ciudad durante parte de su mandato (Narváez, 1833; Orihuela, 2020c). 


Preservación de los bosques naturales en la descripción de O’Farrill


En cuanto a la descripción de la bahía O’Farrill apuntó la preservación de los bosques que la circundaban aun para esta fecha. Estos montes y arboledas comenzaron a ser talados indiscriminadamente en las décadas siguientes con el aumento de la industria azucarera y el rápido incremento de los centrales (Funes, 2008; Cotarelo, 2017). Hasta el momento, muchos de aquellos bosques primarios habían persistido porque su tala era ilegal, considerándose como reserva para el uso exclusivo de la Corona conocidos como los “cortes del rey” Para delimitar las regiones de las que se impedía extraerse maderas se confeccionaron planos y mapas, como los ejemplos del capitán Juan Araoz para la Comisión de Guantánamo en 1800, indicándose las zonas de “tiros de madera de construcción” y los “cortes de maderas del Rey” [sic] (AGI/MP-SD 634; AGI/MP-SD 638). Según estos mapas, las fuentes de maderas más notables en la región se encontraban hacia Sabanilla, conocidos como los “Cortes de San Andrés”, cuya vecindad inmediata preservaba aún en 1802 “…montes vírgenes abundantes de maderas, adonde todavía no ha entrado los cortes del Rey” [sic] (AGI/MP-SD 638). 

Sin embargo, talas ilegales tomaron lugar en las haciendas que existían en la región desde antes de la fundación de Matanzas, en 1693. Incluso, al establecerse la ciudad, varios vecinos se dedicaron a la construcción de embarcaciones para las cuales se extrajeron maderas de las cuencas fluviales circundantes a la naciente comarca. Uno de ellos fue Felipe del Castillo – hermano de Diego José del Castillo, vecino fundacional y filántropo que junto a su hermano impulsó varias obras civiles y militares en la ciudad (Cotarelo, 1993; García, 2009; Orihuela et al., 2019, 2021). En 1746, la Real Compañía y Astillero de La Habana intentó “fomentarle con caudales” para que estableciera “corte y tiro” de madera a través de los ríos San Juan y Canímar “…obligándose la Compañía, a enviar embarcaciones propias…” para llevarlas a La Habana. Entre estas embarcaciones figuró el buque de 350 toneladas nombrado “Matanzero” [sic] que también exportaba maderas de Matanzas a México para la construcción de navíos (Manuel J. de Justíz a Andrés Regio, La Habana 3 de junio de 1747: AGI/SD 1501; Antonio de Arredondo a Andrés Regio, La Habana 31 de junio de 1747: AGI/SD 500, 1501; el memorial de Joseph de Urrutia en 1749: AGI/SD 1157). 

Pero don Castillo no entró en el negocio, dado que en ocasiones era más seguro transportar las maderas por tierra; el transporte por mar era vulnerable a los asaltos piratas y mal tiempo. En febrero de 1745, se perdieron en las afueras de la bahía de Matanzas, “a vistas del puerto”, cerca de 1000 palos “principales para navíos” con la entrada de un frente (Martín de Aróstegui a Fernando Triviño, La Habana 22 de junio de 1746: AGI/SD 500; Orihuela y Pérez, 2020). Permisos y concesiones para la tala de madera en la región continuaron al menos hasta finales del siglo XVIII. Como demuestra el “Libro de índices de concesiones para cortar maderas en los montes de la jurisdicción de la Habana de los años 1772 a 1777”, manuscrito inédito de la Colección de José Augusto Escoto, de la Universidad de Harvard (MS Span 52, 663), estas eran meticulosamente registradas por cantidad. Conjuntamente, otro repertorio de documentos inéditos de la misma colección apoya la existencia de resoluciones, que, en 1802, proponían un comercio recíproco con los Estados Unidos “…de maderas del Norte y mieles del país que interesan a la Colonia y el Estado sin ofender el privilegio del comercio nacional…” (Juan de Santa María y Juan de la Cruz a Miguel Cayetano Soler, La Habana, 10 de abril de 1802: MS Span 52, 666). 


El puerto y ciudad


En el puerto matancero, según dijo O’Farrill, “…se hallaba seguro abrigo de los vientos borrascosos todas las embarcaciones…”, no habiendo otro similar en toda la costa norte “…que le pudiera ofender…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 2). La apertura de la rada tenía entre Punta Maya y Sabanilla en la costa opuesta, unas 2900 varas castellanas o ~2.42 Km. Desde Punta Maya a la batería de La Vigía - “…en que comienza el pueblo…” – unas seis millas lineales. En sus costas no se levantaba “…mucha mar…” y era por lo “…general poco de temer…” (op. cit.). Sumada a su grande extensión y profundidad, proporcionaban ventajas entrada de buques de comercio de mayor calado. 

Solo el escollo submarino de La Laja resaltaba como un obstáculo que templara la navegación. Sobre esta estructura apuntó ciertos datos precisos: “La Laja tiene una extensión de 330 varas N-S (…) su profundidad en la bajamar es de vara a vara y media. El fondo es una roca calcárea…” de cuya respectiva situación se abrían dos canales “…que son los que sirven a las embarcaciones en la entrada y salida del puerto…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 3). Su fondeadero tenía entre 2 y 12 varas de fondo, con un substrato sedimentario variable. Su colocación estaba de suroeste y noroeste con el Castillo de San Severino, con una distancia de 1500 varas a la costa sur del puerto y 1000 a costa norte. El puerto de la bahía de Matanzas, además, sostenía un tráfico costero con Arcos de Canasí, Camarioca, Puerto Escondido y Bacunayagua, todos los cuales se consideraron pequeños por “…encerrar poca agua…” A estos se sumaba el importante viejo Canal de Bahama y la salida a la cálida corriente del Golfo. 

Sumada a la descripción geográfica de la bahía O’Farrill realizó comparaciones en cuanto al temperamento climático de la región: 

“Matanzas goza con muy corta distancia la misma temperatura que la Habana, a pesar de su diferente exposición y de existir dos causas que la debieran hacer notable: una la inmediación en que esta la primera de los ríos y bosques que la circundan; y otra la grande reverberación que recibe del solido terreno…” (O’Farrill, 1813 vol. 1, p. 4). Las noches, asentó, eran en Matanzas más frescas, quedando disipado los vapores de los ríos. 


La transcendencia de la obra de O’Farrill


La Descripción geográfica de José M. O’Farrill si bien quedó plasmada en la historiografía local matancera fue más por su primicia que por la novedad de sus apuntes. Su obra, hasta ahora directamente poco conocida, desde entonces se consideró como el primer registro histórico-geográfico directamente dedicado a la ciudad (Trelles, 1924; Ocasio, 2020) o “…la primera historia de la localidad…” (García, 2009: 206). Sin embargo, hoy se conocen apuntes de similar intención que anteceden a los de O’Farrill – como el reporte para el fomento de Matanzas redactado por Agustín Blondo Zavala para la Comisión del Conde de Mopox y Jaruco (Orihuela y Cotarelo, 2020). Estos reportes, o conocimiento de ellos, quizás sirvieron de inspiración a O’Farrill mientras ejercía de diplomático en el Real Consulado de Agricultura y Comercio o la Real Sociedad Económica. Casualmente también en 1813, el matancero Antonio José Valdés publicó en La Habana su Historia de la Isla de Cuba – obra seminal en proveer una historia esencialmente desde la perspectiva criolla. Resulta curioso que detalles de la historia matancera figuró poco en sus páginas.

Según la tradición, Pedro Antonio Alfonso y del Portillo (1811-1870) heredó algunos de los escritos de Juan M. O’Farrill y estos fueron en parte publicados a partir de 1844 en La Aurora de Matanzas – prensa de la que era corresponsal – y luego incorporados en su Memorias de un Matancero (1854). Sin embargo, Alfonso no indica que partes de su obra provienen de los apuntes de O’Farrill y cuáles de sus propias investigaciones. La única cita directa en su Memorias es respecto al estímulo que recibió Tomás Gener del “erudito” José M. O’Farrill que avivara su inclinación por realizar obras públicas en Matanzas (Alfonso, 1854: 229). 

Un curioso artículo publicado en el Diario de la Marina en 1847 provee ciertas pistas sobre el vínculo de Alfonso con la Descripción geográfica de O’Farrill. Estos fueron “…recuerdos históricos y noticias…” recopilados con el sentido de “…apreciar los progresos que esta población y su territorio…” habían logrado hasta aquel siglo (Diario de la Marina, 2 de febrero de 1847, p. 2 – noticia del 16 de enero de ese año). El corresponsal sumó que: 

“…ya en 1813, fecha a que ascienden los datos estadísticos más antiguos que he podido haber a las manos y que hallo en una memoria escrita por el señor D. Juan Manuel O’Farrill, documento que, con otros muy curiosos, fruto de su estudio, tuvo la bondad de facilitarme el Sr. D. Pedro Alfonso…” Según la misma noticia, “…tiene dicha memoria la fecha de 30 de octubre de 1813 y abraza las noticias relativas así a la población urbana como a la de los partidos…” [sic] (Diario de la Marina, 2 de febrero de 1847, p. 2).

Este pasaje insinúa que la “memoria” de O’Farrill es quizás más extensa que su Descripción geográfica, y según la fecha de finales de octubre, mucho después que sus publicaciones de estas en la prensa. Es por ende posible que su obra haya incluido anotaciones adicionales, hoy desconocidas. 

Dicha nota deja margen de incógnitas. El desconocimiento de los “datos estadísticos” es quizás un lapsus, dado que, sin duda, tanto para 1813 como para 1847, existían censos y recopilaciones disponibles en el Ayuntamiento y archivo de la ciudad (véase estos datos en Orihuela, 2020a; Orihuela y Cotarelo, 2020). La congruencia entre los datos estadístico sobre el crecimiento poblacional, demografía y números haciendas de O’Farrill y Alfonso son idénticos a los datos demográficos recopilados por Agustín Blondo en 1800 para la Comisión del Conde de Jaruco y otro realizado por Juan Tirry y Lacy (op. cit.). 

Desafortunadamente, sus artículos en ese periódico y su Memorias, son casi todo lo que nos ha llegado de Pedro Alfonso. Este quemó en 1870, año de su muerte, una supuesta segunda parte de su Memorias y todos los apuntes que reunió desde 1838 (Calcagno, 1878). Quizás con ellos, también los apuntes de José M. O’Farrill.


Agradecimientos

Extendemos nuestro agradecimiento a Johan Moya Ramis por localizar en los fondos de la Biblioteca Nacional de Cuba algunas de las publicaciones de José M. O’Farrill.


Cita obligatoria

Orihuela León, J. & Cotarelo Crego, R. (2021). La historiografía temprana de la ciudad de Matanzas: perspectiva desde dos obras de la primera mitad del XIX. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 410 (Nombrar las Cosas, agosto 2021): 1-9. 



domingo, 25 de julio de 2021

Nuevo estudio heráldico e histórico del blasón del Castillo de San Severino

Se ha publicado nuestro trabajo “El escudo de armas del Castillo de San Severino de Matanzas: estudio heráldico e histórico” por la revista científica de Arquitectura y Urbanismo (CUJAE). Enlace abajo:

https://rau.cujae.edu.cu/index.php/revistaau/article/view/630

Aprovecho para agradecer a los coautores Odlanyer Hernández de Lara y Ricardo Viera. A Mabel Matamoros y todo el equipo de redacción-edición de la revista, y a todos los que en estos últimos años nos ayudaron a mejorar esta investigación. Este es otro aporte a la historia del Castillo de San Severino y su historia. 

Aquí les compartimos un resumen bilingüe

Se presenta una investigación heráldica e histórica del único escudo de armas que se conserva en el Castillo de San Severino, fortaleza permanente abaluartada que comenzó a construirse en 1693 en ocasión de la fundación de la ciudad de Matanzas, Cuba, para la protección del puerto y nueva población. Para establecer su origen y simbología, se realizó un análisis documental y basado en un conjunto de evidencias se revela que el escudo presente en el frontispicio de la fortaleza es de confección local y representa al linaje de un caballero de la Orden de Santiago; pudiendo corresponder al blasón de Severino de Manzaneda, gobernador que comenzó e impulsó su construcción entre 1693 y 1695. De este estudio, además, surgen varias hipótesis sobre la fecha de realización y montaje del blasón, que pudieran responderse a través de un estudio arqueológico más detallado.

Here we provide a historical investigation on the surviving coat of arms at Castillo de San Severino, a colonial fortification in Matanzas city, Cuba, which began construction in 1693 for the protection of the bay and the foundation of the city there settled. Through primary documents, we provide an analysis to help explain the history and heraldry of the coat of arms located on the main entrance of this fortification. We consider that the current coat of arms was carved on local rock by an untrained carver and its symbology likely represents that of Severino de Manzaneda, the governor who started and supported the construction of the Castillo. These new data prompted several hypotheses that explain its symbology and time of mounting that require further archaeological testing. This new information is directed at a better understanding of the piece for future conservation.

Como citar: 

Orihuela León, J., Hernández de Lara, O., & Viera Muñoz, R. A. (2021). El escudo de armas del Castillo de San Severino de Matanzas: estudio heráldico e histórico. Revista científica De Arquitectura Y Urbanismo, 42(2), 44–57. Recuperado a partir de https://rau.cujae.edu.cu/index.php/revistaau/article/view/630


viernes, 2 de julio de 2021

Una escultura nunca ejecutada: homenaje de la ciudad de Matanzas a la reina María Cristina de Borbón


Con gusto les compartirnos nuestro reciente artículo titulado “Una escultura nunca ejecutada: homenaje de la ciudad de Matanzas a la reina María Cristina de Borbón” publicado en la revista Librínsula: La isla de los libros perdidos de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.

Este es un primer acercamiento a la historia de una estatua proyectada en honor a la reina de España, viuda del rey Fernando VII, en la ciudad de Matanzas; un proyecto que no se realizó y que quedó traspapelado y olvidado hasta ahora.

Un cordial agradecimiento a los editores y coordinadores de la revista, especialmente a Johan, por su tiempo y consideración.

¡Esperamos les resulte interesante a todos!

Cita:

Cotarelo Crego, Ramón & Orihuela León, Johanset (julio 2021). Una escultura nunca ejecutada: homenaje de la ciudad de Matanzas a la reina María Cristina de Borbón. Librínsula, 409 (Nombrar las Cosas): 1-19.

Enlace aquí: http://librinsula.bnjm.cu/409/nombrar_las_cosas/259/una-escultura-nunca-ejecutada-homenaje-de-la-ciudad-de-matanzas-a-la-reina-maria-cristina-de-borbon.html

jueves, 3 de junio de 2021

Breve aporte a la historia de la meteorología en Matanzas

Ya está disponible el último número de Librínsula: La Isla de los Libros Perdidos, y en ella nuevos datos para la historia de la meteorología en Cuba desde las cartas inéditas de Andrés Poey a Javier de la Cruz en 1859. Enlace disponible aquí

Una vez más extiendo mi agradecimiento a Henry Delgado Monzor, Ramón Cotarelo y Johan Moya Ramis por todo su impulso y confianza. 

Cita recomendada:

Orihuela León, J. (junio 2021). Nuevos datos para la historia de la meteorología en Matanzas, Cuba: cartas inéditas de Andrés Poey a Javier de la Cruz, 1859. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 408 (Nombrar las Cosas): 1-7 (ISSN: 1810-4479)

Sin más preámbulo, aquí se les comparte:

[...]Ya desde finales del siglo XVIII se realizaron en Cuba observaciones instrumentales del tiempo, pero estas no tuvieron una metodología o registro estandarizado. El Papel Periódico de La Habana,  recogió mediciones de la presión atmosférica a través del barómetro y temperatura en 1794 (Sagra, 1838; Lecha, 2018), otras similares fueron realizadas por Antonio Robledo entre 1796 y 1807 en zonas de La Habana y Wajay (op. cit.). A estas sin duda siguieron otras, como las realizadas por la Comisión de Guantánamo, dirigidas por el Conde Mopox y Jaruco entre 1796 y 1802 y las de José Ferrer entre 1810 y 1812 (Barreiro, 1933; Barras, 1952; Higueras y Guío, 1991; Aruca et al., 2003; Lecha, 2018; Orihuela y Cotarelo, 2020). No obstante, la meteorología instrumental de superficie no comenzó de manera sostenida hasta la creación de estaciones meteorológicas en la década de los 1860; iniciativa que, según la tradición, fue impulsada por los Jesuitas del Convento de Belén en La Habana (Lecha, 2018). A comienzos de marzo de 1858 ya se habían realizado varios registros de superficie con variada instrumentación especializada, incluyendo presión atmosférica, temperatura y otros como parte del currículo docente del colegio (Ramos, 2009). Esta inclinación de los jesuitas condujo a la apertura del Observatorio de Belén en la ciudad de La Habana, el cual fue fundado el 18 de diciembre de 1860 – de la cual Andrés Poey sería su primer director (Ramos, 2009). Con este se estableció la primera institución dirigida a la meteorología instrumental en Cuba. Desde 1870, con la llegada del sacerdote jesuita Benito Viñes, el Observatorio comenzó el registro instrumental de condiciones del tiempo de manera sistemática y científica (Carbonell, 1928; Ramos, 2009; Lecha, 2018), cuyo interés se diseminaría entre los eruditos, estudiosos y académicos de diferentes colegios a través de la isla, como en la ciudad de Matanzas.
El registro meteorológico a través de instrumentos de superficie se menciona en Matanzas al menos desde 1844,  utilizados durante el huracán de San Francisco de Asís, y las mediciones tomadas por Luis F. Simpson durante el huracán de San Francisco de Borja en 1846, pero estas fueron mediciones esporádicas (González, 2001; Orihuela y Pérez, 2020). No fue hasta el año 1878 que quedó instalado en la quinta de Nuestra Señora del Pilar – actual Marcet en el barrio de Simpson –, el primer Observatorio Meteorológico de la ciudad de Matanzas; iniciativa de Guillermo Schewer, Luis Simpson y Francisco Jimeno quienes tuvieron como “meteorologista” a Juan F. J. León Buigas y Ballochi (J. A. Treserra, periódico El Republicano, jueves 9 de octubre de 1941). En esta breve nota se presentan una serie de comunicaciones entre Andrés Poey, hijo del eminente científico, y el erudito Francisco Javier de la Cruz de Matanzas, fechadas al comienzo de 1859. Esta correspondencia se encuentra archivada en la colección de José Augusto Escoto, Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard (EE. UU.),  su contenido permite establecer que existió un interés de establecer una red de estaciones para el registro meteorológico continuo en la ciudad desde antes de la fundación del Observatorio de Belén, lo cual resulta novedoso para el conocimiento histórico del desarrollo de la meteorología en la ciudad de Matanzas al igual que en el ámbito nacional. 



Correspondencia inédita de Andrés Poey a Javier de la Cruz, en Matanzas

La primera misiva está fechada en La Habana el 26 de enero de 1859. En ella, Andrés Poey emprende con la intención de reanudar la antigua correspondencia que sostenía con de la Cruz desde 1849. La misión de esta carta explicó Poey, era para proponerle el proyecto de establecer una estación meteorológica en la ciudad de Matanzas, el cual consideró “…laudable y útil al país…” Poey buscaba en Javier de la Cruz un auxiliar, cierto fulcro
“…en las pujas que pueda dar en Matanzas con el teniente gobernador para ver si puedo obtener que se establezca en dicha ciudad un pequeño observatorio meteorológico donde se hagan observación a las mismas horas que las que se están haciendo en el Observatorio de La Habana…”
El interés de los Poey por la meteorología se remonta hacia la primera mitad del siglo. En 1838, Andrés Poey y Desiderio Herrera habían hecho observaciones con instrumentos de registro superficial durante el paso de un ciclón que azotó a La Habana en los días 15 y 16 de octubre – considerada entre uno de los primeros reportes meteorológicos realizados con cientificidad en Cuba (González, 2001). Para comienzos de 1859, Andrés Poey había logrado establecer una de estas estaciones en la ciudad de Güines con la colaboración del teniente gobernador de aquella ciudad. Según le comunicaba a de la Cruz, esta noticia se había publicado en el Diario de la Marina (La Habana, 21 de enero de1859).  
La intención de Poey, explicó, era establecer lo mismo en “…diversos puntos [de la isla] hasta poder obtener la organización de una red de observadores por toda la isla…” que tuviese “…correspondencia mutua con el observatorio de la ciudad…” de La Habana. Resultan curiosas las cláusulas sobre los registros que ya se realizaban en el observatorio de La Habana – al parecer años antes de que se fundara el célebre Observatorio de Belén y del cual Andrés Poey sería su primer director (véase a Ramos, 2009). Poey afirmaba que el establecimiento de la mencionada red de estaciones era el único medio “…de llegar algún día a determinar el clima de esta rica Antilla en relación con el [de] las demás islas…” (fol. 4/5). 
Le preguntaba Poey a Javier de la Cruz si había, acaso en Matanzas, alguna persona que tuviese “…barómetro, termómetro, pluviómetro, etc.…” subrayando cada uno de estos instrumentos, “…que pudiese o quisiese observar a cuatro horas fijas del día…” Poey necesitaba una persona en capacidad de comunicarle el acontecimiento de los fenómenos que no requerían del “…auxilio de instrumentos…” El sistema modelo para seguir era el europeo, especificó aclarando, además, que a este personal se le daría el crédito requerido en los almanaques y publicaciones que surgieran de los registros. Las mediciones obtenidas en Matanzas pudieran, sugería Poey, publicarse en la prensa local como La Aurora o “…en el Yumurí…” 
A través de Javier de la Cruz, don Poey jr. pretendía acceder al gobernador de la ciudad para que fuese este quien proveyera personal pagado, del Ayuntamiento, para la tarea. Indagando, además, si hubiera particulares también interesados. La tarea se delineaba de suma importancia científica, y en específico – Poey intentó ser persuasivo – sobre el rol que jugaría la región matancera en su red meteorológica para el servicio de la ciencia en el país. Sumaba Poey que: 
“Siempre he considerado la situación del puerto de Matanzas como una de las más importantes para el estudio comparativo de las modificaciones atmosféricas de la isla (…) En los catálogos general que he publicado en Europa sobre las granizadas, temblores de tierra, huracanes, relámpagos, truenos, rayos, etc.…he comprendido los datos que he podido obtener sobre Matanzas a penas de muchos años de continuas investigaciones…”
Comentaba en las siguientes líneas que, como cortesía, con la misiva le enviaba uno de estos folletos recientemente publicados por Ramón de la Sagra. Para concluir la comunicación, le proponía a Javier de la Cruz ser el director de la estación que se estableciera en la ciudad de Matanzas. Pero, al parecer, Javier de la Cruz no respondió esta primera misiva, la cual Poey consideró extraviada (nótese que ambas versiones de las cartas llegaron a la posesión de Escoto, por lo que es probable que Javier de la Cruz la recibiera, pero no contestara). El 14 de abril de 1859 le volvió a escribir repitiéndole la misma proposición e ideas. Sin embargo, en esta ocasión, sugirió el envolvimiento del liceo de la ciudad, o una vez más algún particular, pero no del gobernador o al ayuntamiento. Razón de este cambio de intención no queda explicado. 
Estas cartas de Andrés Poey ponen en manifiesto que la idea de establecer una red de estaciones meteorológicas antecedía la fundación del Observatorio de Belén y que, dentro de ellas, establecer una especialmente en la ciudad de Matanzas. Al parecer, esta era una meta que Poey venía gestando desde años antes y que despegó con la creación del Observatorio. Quizás por su sustancial patrocinio para establecer dicha institución – y cual ahora reluce no era idea únicamente de los jesuitas – dotó a Andrés Poey la honorifica posición de ser el primer director del Observatorio de Belén. Un honor similar hubiese recaído sobre Javier de la Cruz si se hubiese establecido la estación en la ciudad de Matanzas que tanto anheló Poey. Tomarían casi veinte años para finalmente establecerse el primer observatorio meteorológico de la ciudad de Matanzas.[...]




Referencias citadas

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sábado, 1 de mayo de 2021

Cartas inéditas de Juan C. Gundlach y su contribución a la historia natural de Cuba

Estimados y fieles lectores, nos gustaría compartirles aquí una breve contribución sobre la vida y obra del distinguido naturalista alemán Juan Gundlach, quien tanto aportó al conocimiento de la fauna antillana, y en especial, la nuestra cubana.  Esta breve nota ha sido publicada en Librínsula, la revista digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí justo este mes y se puede acceder gratuitamente a través del siguiente enlace:

http://librinsula.bnjm.cu/407/nombrar_las_cosas/229/correspondencia-inedita-de-juan-c-gundlach-apuntes-biograficos-y-contribucion-a-la-historia-natural-de-cuba.html

Extendemos un agradecimiento a Johan Moya Ramis y todo el equipo de Librínsula por su acogimiento y apoyo. Además, a Ramón Cotarelo Crego, Henry Delgado Monzor y a Lázaro W. Viñola López por sus múltiples lecturas y atentas sugerencias.

Aquí va:

La reciente relocalización de sus restos mortales en el Cementerio Colón de La Habana y la detallada investigación antropológica que realiza un grupo de investigadores, bajo la dirección del historiador de la ciudad de Matanzas, ha despertado en la población cierta curiosidad por los logros y la vida del eminente naturalista. La intención de esta breve nota es dar a conocer seis cartas inéditas que se archivan en la colección de José Augusto Escoto, Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard (EE. UU). Aquí: https://hollisarchives.lib.harvard.edu/repositories/24/resources/1481.

 Cinco de ellas fueron dirigidas a Antonio Guiteras Font del colegio “La Empresa” en Matanzas, y una última a Francisco Ximeno (Jimeno), erudito coleccionista de la misma ciudad. Esta nueva documentación permite acceder a detalles de su vida personal y labor científica entre los años de 1865 y 1868, que, a la vez contextualizadas, resaltan iluminantes aspectos para el conocimiento biográfico de Juan Gundlach, su conexión con la ciudad de Matanzas, y su invaluable aporte a la ciencia en Cuba.


Nuevos datos: 1865-1868

 

La primera carta que nos concierne fue dirigida a don Antonio Guiteras Font desde la hacienda La Fermina, ingenio localizado en Bemba, actual Jovellanos, el 8 de julio de 1865. Guiteras era pedagogo y director del colegio La Empresa y se interesaba por especímenes preparados por Gundlach para la colección de historia natural de su centro. La Empresa, desde sus inicios, estableció “el primer gabinete museal” de la ciudad de Matanzas (Martínez, 2010: 80). Esta misiva respondía una de Guiteras del 16 de junio del mismo año, y le comunicaba haber “vuelto de la ciénaga”, refiriéndose a la Ciénaga de Zapata. Gundlach especificaba que

“…mis tareas en la Cienaga eran muy variadas. Yo solo debía cazar y componer o preparar animales de todas clases y ordenes, mamíferos, aves, reptiles, peces (manjuaríes), lepidópteros…etc.” [sic]

Por esta razón, explicó, había tardado en responderle. Dicha carta a Guiteras revela el alcance que tenían sus especímenes fuera y dentro de Cuba. Además, que esta labor, insinúo, no ejercía gratuitamente, sino bajo un riguroso sistema de pedidos:

En aves solamente tenía yo que preparar para el museo de Berlín, para el de Washington, para el de Lawrence en New York, para Mr. Bryant en Boston y para usted; para la comisión a Madrid, para mi colección, para amigos cubanos…”

Gundlach realizó su primer viaje de varios a la Ciénaga de Zapata en 1849, visitando el Hato de Zarabanda, justo al borde de la ciénaga. Allí, junto a su guía y acompañante local Pedro Morejón, colectó especímenes del guacamayo cubano (Ara tricolor); ave endémica de la isla, la cual para entonces era aún común (Gundlach, 1876). Sin embargo, esta sería una de las últimas veces que capturara la especie, ya que esta vistosa ave se extinguiría antes de finalizar el siglo XIX. En 1850 había visitado el Hato Cabeza de Toro, en la Ensenada de Cochinos, donde capturó otro integrante rarísimo de nuestra avifauna: el carpintero real (Campephilus principalis). En este caso, una famosa hembra con un largo pico deformado que se exhibió en las vitrinas del museo de la antigua Academia de Ciencias, en La Habana. El carpintero real es hoy una especie en peligro crítico de extinción, pero al parecer, era poco común ya en el tiempo de Gundlach, quien apuntó:

En cada año disminuye el número de individuos de esta linda especie, pues por un lado la destrucción de los bosques grandes y por otro la persecución de cazadores…” (Gundlach, 1876: 124).

En esta ocasión en la ciénaga había colectado todo un sinfín de especímenes pedidos para varias instituciones. Es de suponer que Guiteras le indagara sobre su encargo en la carta del 16 de junio ya que Gundlach le responde “…tenga presente que usted es el último que me ha comprometido. Todos otros corresponsales están en relaciones conmigo desde muchos años…”

            La razón de esta carta explicó Gundlach, era para antes de remitirle los ejemplares encargados “…saber si usted o sus catedráticos tienen adoptado un cierto modo de colocar los objetos, porque sería buen que yo adopte para ustedes el mismo modo…” refiriéndose al montaje de los especímenes para exposición y la docencia en el colegio. Para los insectos preguntaba por tablillas de montaje y si se requería que estas estuvieran forradas en papel o pintadas de blanco; si las aves debían estar en sostenes artificiales barnizados o ramas naturales. A esto sumó una sugerencia: “…los insectos yo pondría en cajitas y pudiera usted colocarlos en Matanzas a su gusto…” Al final de la carta aparece una inscripción, marginalizada en lápiz, donde suma que “…los peces, reptiles grandes y crustáceos…” le mandaba en “…tablitas forradas con papel blanco y listón azul (…) no tenemos nada en pomos. Arréglelos usted como mejor parezca…”

            Al parecer, no se llegó a un acuerdo sobre el montaje de algunos ejemplares, ya que en otra carta fechada el 15 de julio también desde La Fermina, en respuesta a otra de Guiteras del 13 del mismo mes, se continuaba conversando el asunto. Gundlach pedía que con la futura visita del señor don Ernesto Suffert, que se esperaba para el día 23 de ese mes, le mandase una muestra de las tablillas de montaje que se deseaban utilizar “…conforme ustedes tienen los mismos en la colección. De este modo mandaría yo los objetos arreglados enteramente como lo que usted ya tiene…” El señor Suffert era catedrático de La Empresa y socio facultativo del Liceo de Matanzas para esta fecha, - de la cual Gundlach también era socio. Al parecer Gundlach había ya contribuido con especímenes al colegio.

Esta carta demuestra, como los registros del Liceo y de La Empresa, la amplia correspondencia de Gundlach con científicos, intelectuales y profesores de la isla. Además, resalta que Gundlach cobraba por los encargos y colectas que realizaba, lo cual resulta contrario a la visión que han establecido algunos de sus biógrafos (ej. Zenea, 1861; González, 1990). El mismo especifica en esta carta del 15 de julio de 1865 que:

“…Repito que los catálogos (…) de mis corresponsales en Europa y los Estados Unidos, todos tienen la fecha anterior del convenio con usted. – Pero esto no dañificara a usted porque los objetos que ellos piden no son los que usted necesita. Solamente resulta por costo pedido, que mi tiempo se parte en partes tanto menores cuanto más es el número de corresponsales…”

Esto provee un enfoque sobre las labores de Gundlach en su trabajo de campo; sobre su sistema de preparación de ejemplares y de surtir el “catálogo” de sus “corresponsales”. Esta aparenta ser más que una simple operación de colectar y montar especímenes.

            La próxima misiva está fechada el 5 de septiembre de 1865, desde La Habana. En esta proveen una visión del estado de salud del naturalista y su dedicación al trabajo que realizaba para la ciencia natural; trabajo con el cual se consideraba “desposado” (Carbonell, 1928). En esta carta explicaba a Antonio Guiteras, continuando el hilo de la conversación anterior, que:

Por una enfermedad y otras detenciones mandé más tarde, que antes quería, el baúl a Suffert y así recibí, ahora 8 días, las tablitas y los palitos modelos que usted me comunico. Llegaron el martes a mis manos teniendo yo ya fijado un viaje a La Habana para el jueves…”

Continuó Gundlach, que había hecho el encargo al carpintero para que trabajara las maderas para los montajes y que así con todo, había empaquetado

“…los pájaros, reptiles, etc. que tengo para usted para acabar el arreglo en La Habana. Tanto tablitas como objetos recibiré en estos días y entonces remitiré dese aquí los objetos, bien arreglados, a Matanzas…”

Este pasaje vislumbra algunos de los especímenes que tenía encargado Guiteras para La Empresa. Y revela algo de su personalidad, al mostrarse apenado quizás de no haber complido con este encargo antes, y se disculpa, a cierto modo, “…por el temor que usted podría concebir mala fe en mí…”

            La última misiva a Guiteras que aquí se divulga fue una de disculpas y explicaciones. Esta fue redactada el 15 de enero de 1866 desde el ingenio Fermina, de regreso entonces a Bemba, Jovellanos. En esta correspondencia, Gundlach revela toda la trama de su demora, las causas médicas detrás de su condición, y lo sucedido con los ejemplares que debió montar durante su estancia en La Habana. Sobre su estancia y la correspondencia aclaró que

La familia de Don Simón y yo estamos aún aquí en el ingenio [Fermina, Bemba] y así recibí las cartas de usted hoy en un paquete con varias cartas llegadas anteriormente a casa en Habana…” [sic].

Explicó Gundlach:

De mi excursión a la ciénaga había yo traído en julio [pasado] partes de las aves prometidas a usted. – los infinitos trabajos que tuve en agosto no me dejaron acabar el ultimo arreglo y así los lleve con todo lo demás a La Habana el último día de agosto…”

Todo luego se complicó por acaecerle una parasitosis, la cual probablemente adquirió durante su trabajo de campo en la Ciénaga de Zapata. El mismo Gundlach aclaro que:

Me sobrevino una enfermedad, pero comprendiendo por una casualidad, que lombrices eran la causa, he tomado algunas píldoras de Kemp, purgantes, píldoras de hierro de Vallet, y ahora me veo como antes, robusto…”

La mención a las píldoras de Kemp quizás se refiera a las preparaciones de aceite de bacalao, u otro compuesto importado de la droguería Lanman y Kemp, en Nueva York. Estas estaban diseñadas, al igual que las píldoras de hierro de Vallet, para combatir desde las enfermedades respiratorias hasta las intestinales (Zúñiga, 2016). Esta referencia a la parasitosis de “lombrices” es quizás un caso de Helmintiasis asociado a la vida de campaña en los montes de Cuba que Gundlach toleró para realizar sus expediciones.

            En su comunicación a Guiteras, continuó que en diciembre había completado toda una remesa para Alemania “…la única del año 1865…”, más otra para Madrid que consistía en cuatro cajas y un barril, incluyendo 30 aves. El resto de las remesas debió interrumpir porque la familia decidió “regresar al campo” o sea a Jovellanos. Para entonces Gundlach había recibido una lista de ejemplares, quizás algunos referidos por Guiteras para su colegio, por lo que consideró que una entrevista con el profesor que ejercería la cátedra de zoología era necesaria para saber con exactitud lo que se deseaba. Gundlach expresó:

“…una vista a la lista comunicada por Poey me convence que no es propio en todas partes (…) sería bueno que yo tuviera una entrevista con el Sr. Barnet, que creo será el profesor encargado de zoología. Esta entrevista será útil para cambiar nuestras ideas sobre la colección para su colegio…”

El Barnet al que Gundlach se refiere era el Dr. Gavino Barnet, quien entonces residía en Bemba, y era igualmente miembro del Liceo de Matanzas – institución que desde su fundación en 1860 intentaba establecer una colección representativa de ciencias naturales. Es de suponer que el Dr. Barnet tenía intenciones de ocupar una plaza de profesor de zoología en La Empresa en 1866 o a curador de la colección del Liceo. Para ello, Gundlach sugería que ambos le visitaran al ingenio, dándole toda una serie de instrucciones para alcanzar el tren que los llevaría hasta el sitio. Proponía, además, que llevasen estudiantes del colegio para que vieran su colección.

            Las intenciones de establecer un museo o gabinete de historia natural, curiosidades, o “producciones cubanas”, como las llamó Felpe Poey, se remontan a finales del siglo XVIII. Justo en 1838, poco antes de llegar Gundlach a Cuba, Poey planteaba un proyecto para un museo de historia natural en La Habana a La Sociedad Patriótica, argumentando que en conjunto era “…consecuentemente necesaria que se hagan, con el tiempo, cursos públicos de zoología y mineralogía…” que fomentaría más allá del conocimiento de los recursos naturales de la isla (Poey, 2 de abril de 1838). Entonces ya existía en La Habana un jardín botánico, más la universidad ofrecía un curso de botánica y su gabinete de anatomía favorecía las lecciones de historia natural. (Al parecer, la gobernatura local apoyaba este fomento con algunas de las autoridades locales directamente involucradas. Entre estas, el teniente de caballería y agrimensor Alejo Helvecio Lanier, quien se había ofrecido contribuir a las colecciones zoológicas de Felipe Poey (Poey, 1839, 1855).

En la ciudad de Matanzas de 1859 se expuso el Museo Ornitológico de Justo Ayala, que contenía un conjunto de 150 aves taxidermiadas representativas de varias regiones del planeta entre otras curiosidades (Martínez, 2010). El interés por las muestras de historia natural, más allá del ámbito puramente científico-investigativo, había cautivado al público curioso de las ciudades, cual si fueran circos. En 1866, las colecciones de taxidermia del colegio La Empresa se encontraban surtidas y crecientes. Sobre ellas se comentó: “Las colecciones de historia natural se aumentan continuamente, sobre todo en aves, peces y moluscos.” (Martínez, 2010: 82). Este crecimiento fue sin duda fruto de las relaciones de Guiteras y la labor de Gundlach – a las que entonces se sumaban las habilidades del suizo Guillermo Gyssler como taxidermista del colegio (Rodríguez, 1958).


La exposición de París de 1867 y carta a Francisco Ximeno

 

            En 1867, Gundlach junto a Francisco Ximeno, Manuel Fernández de Castro y Felipe Poey representaron a Cuba con sus colecciones de historia natural en la Exposición de París efectuada ese año. Según Gundlach, el Ayuntamiento de La Habana le comisionó “…para que llevase las colecciones zoológicas mías y de otros amigos con las botánicas, geológicas, etc.…” (Gundlach, 1876: 29). A la Exposición habían llevado toda una amplia gama de especímenes. De Ximeno se habían expuesto 200 ejemplares representativos de maderas cubanas en forma de cortes pulidos, fibras exóticas y piezas arqueológicas, muchos de los cuales regresaron a sus propietarios (Diario de la Marina, La Habana 7 de enero de 1868 y 11 de agosto de 1871; Orihuela y Hernández de Lara, 2018). Colectivamente, Fernández de Castro y Ximeno contribuyeron con más de 600 fósiles, incluidos restos del perezoso gigante cubano (Megalocnus rodens) excavados en Ciego Montero, entre amonitas del jurásico de Pinar del Río y un álbum fotográfico detallado de todos los especímenes expuestos. Mientras que Gundlach había llevado siete colecciones que incluían desde todas las especies conocidas de mamíferos y 254 especies de aves hasta más de 4559 especies de insectos. Los jueces de la Exposición quedaron asombrados y enunciaron que: “Estas colecciones de historia natural cubana, fruto de 27 años de trabajo, son las más completas que existen en el orbe…” (Catálogo General de la Sección Española, 1867: 404). Por su impresionante contribución al fulgor de la sección española de la Exposición parisina, la reina española le condecoró con la cruz de Caballero de la Orden de Carlos III el 8 de febrero de 1868 (AHN/Ultramar 79, exp. 24, N. 4, No. 185).

Gundlach permaneció en la capital parisina hasta el año entrante para encontrarse a su regreso a Cuba en plena guerra de independencia – lo cual le impedía moverse libremente por los campos de la isla. En una carta inédita de la misma colección de Escoto, dirigida a Francisco Ximeno y fechada el 3 de junio de 1868, le expone su preocupación por la condición de arribo de tres cajas enviadas por ferrocarril con un contenido de

“…muestras de maderas y un estante, los cuadernos con el herbario y las cajas que contenían las plantas textiles. Estas últimas cajas Ernando [sic] el carretero las llevó de la casa del Ayuntamiento al carretón, cayo de sus espaldas y encima de mis pies, rompiendo, pero por fortuna no hubo más. Los dedos de los pies se pusieron morados y quede algunos días cojo…” (Si hubo fracturas, el equipo forense que ahora investiga sus restos podrá confirmar si existe secuelas de este accidente).

El adjunto de estas cajas incluía especímenes vegetales que eran parte de las muestras llevadas por Ximeno (Orihuela y Hernández de Lara, 2018). Estas, según explicó, venían de la Exposición de París y se habían alojado en el almacén del Ayuntamiento de La Habana, desde donde Gundlach las remitía por ferrocarril a su estancia y demás corresponsales. Gundlach se mostraba preocupado por la condición en que algunas ya le habían arribado, comentándole a Ximeno

Dios sabe cómo habrá llegado a Cárdenas y a La Fermina. Ni una de las 32 cajas a mi cargo a llegado sana (…) don Felipe Poey y don Rafael Arango son testigos del mal estado de las cajas de las plantas textiles, cajitas para caracoles y conchas…”

Le sugería a Ximeno que las dejara “…sin arreglo, yo iré muy pronto con los moluscos marinos y las cajitas para ellos…” Las cajas de esponjas, y algunos peces de Poey, no había arribado para esa fecha y se presumían extraviadas.

            Las colecciones de Gundlach se expondrían en otras exposiciones universales, incluidas las de Matanzas en 1872 y 1881. Su colección fue comprada 8 de abril de 1892 por el Instituto de La Habana a un valor de 8000 pesos oro, por decreto emitido desde Madrid en mayo de 1892. Gundlach celebró sus 85 años allí - su ultimo cumpleaños – junto a los especímenes que colectó y preparó en más de medio siglo. Juan Gundlach falleció de una bronco-pulmonía el 17 de marzo de 1895, en la casa número 51, entre Quinta Avenida y esquina G del Vedado, en La Habana (Ramsden, 1915). Con una partida decorosa, Juan Gundlach nos dejaba como herencia un exquisito legado testimonial de su labor que inspiraría a más de una generación de científicos cubanos.


Cita recomendada

Orihuela León, J. (2021). Correspondencia inédita de Juan C. Gundlach: apuntes biográficos y contribución a la historia natural de Cuba. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, No. 407 (mayo 2021, Nombrar las Cosas): 1-15. 


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