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"[ El cólera o cólera morbo asiático
Varias epidemias de cólera ocurrieron en Cuba durante todo el siglo XIX. El brote más devastador y fatídico fue el de 1833, para la que se estiman varias docenas de millares de defunciones a través de la isla. La contabilidad exacta es todavía desconocida. El cólera —también conocido en la época como cólera morbo o cólera morbo asiático— es causado por la bacteria Vibrio chlorae que habita en agua contaminada, aguas cloacales, insalubres y carne de pescado sin cocer. La infección del bacilo o vibrión colérico tiende a concentrarse en el intestino delgado, causando emesis severa, diarrea, espasmos musculares, fiebre y deshidratación. La infección produce una decoloración azulosa o cianótica característica en la piel del enfermo.
Hubo brotes epidemiales de cólera en los años de 1821-1823, 1830-1835, 1854, 1863, y 1882-1886. La más famosa y de mayor mortandad fue la del 33’. La epidemia se desató en el norte de África hacia 1819, desde donde se esparció por Europa causando estragos allí en 1830. De Europa llegó a Norteamérica un par de años después (1832), desde donde pasaría a Cuba. Para ese año, se publicaba en La Habana “Dos Memorias Acerca de la Epidemia Impropiamente llamada Cólera-Morbo”, traducidas al español por José de la Luz y Caballero, de un tratado alemán de la autoría de Blumenthal y Rathke. Con su publicación la gobernatura de Cuba tenía la intención de dar a conocer de antemano la epidemia que se esparcía por el planeta. En la obra se apuntaba, además, medidas que se debían tomar para ahuyentarla.
El cólera no se manifestó en La Habana hasta principios de 1833. Para febrero, ya había llamado la atención y se discutía en la Junta de Sanidad, según quedó registrado en sus actas. Las noticias llegaron pronto a la metrópoli. El primer caso había sido un enfermo de San Lázaro, el cual se vio afectado por la enfermedad el 25 de febrero. Otros afirman que fue el Dr. Manuel Piedra quien detectó el primer caso entre los esclavos del cafetal Santa Teresa, del propietario Francisco Calderón. El Diario Extraordinario de La Habana anotó para marzo la precaria situación en la ciudad, donde se acumulaban los cadáveres y el número de afectados. En julio, el secretario del Gobierno General, M. Díaz de la Quintana, reportó para la prensa del momento el “carácter epidémico” de la situación y propuso una cuarentena. Según Quintana, era preciso “…poner en vigor todas las reglas de preocu- pación contra una funesta epidemia y adoptar cuantas medidas sanitarias…” fueran necesarias. Se imponía a la población una estricta vigilancia de los depósitos de víveres “…de toda clase y los mercados públicos…”. Se le prestaría especial atención a la limpieza de los “…conductos de agua, pozos inmundos, sumideros y alcantarillas…” más los desechos animales, carnicerías, pescaderías y demás, para ahuyentar la putrefacción. Se ordenaba inspeccionar los buques recién arribados al puerto, especialmente los procedentes del Mediterráneo y Norte de Europa: “…los buques que por sus circunstancias no deban ser admitidos (…) pasaran a un lazareto a cumplir cuarentena en el cayo – ‘Duam’ en Santiago de Cuba…”.
Para expurgar las mercancías se habían instalado pontones sanitarios. Ya en 1832, basados en la experiencia de la epidemia en Europa, Blumenthal y Rathke habían sugerido fumigar las mercancías y los buques “…con la incomunicación más estricta…” y los rigores de las “…leyes de cuarentena…”. Una fuerte cuarentena, seguida con rigor militar, fue impuesta desde el 9 de enero hasta el 19, como medida sanitaria.
Según Saco, en la ciudad de La Habana el cólera cobró 8615 muertes, o un 7.1% en una población de 120,000 habitantes. De los afectados, el 68% fue la población de descendencia africana. En el ingenio Aldama murieron más de 700 esclavos. Según Pezuela, el cólera cobraría unas 30,000 víctimas en toda la isla, de los que 20,000 eran esclavos. Una comisión de académicos de la Universidad de La Habana, años después, apuntaron sobre el efecto de esta epidemia sobre la clase esclava que por "…cuantos poseen en Cuba esclavos hubieron podido libertarlos del terrible azote de las epidemias que desde 1833 se han domiciliado en esta isla…" Resulta curioso que el Diario de la Marina del 3 de diciembre de 1833 no hace alusión a ningún caso significativo en la Salud Pública. De todos los otros brotes de cólera en Cuba, solo la de 1853 alcanzaría una mortandad similar.
A finales de marzo llegó el cólera a la ciudad de Matanzas. El resultado fue devastador. José A. Saco llegó a considerar que ninguna ciudad en Cuba había “…sufrido tantos estragos como Matanzas…”. Según el historiador matancero Pedro A. Alfonso, esta epidemia causó “…horrorosos estragos…” en la población de la ciudad, y el triple o más en la población rural. Los más afectados fueron las clases pobres y esclavas. A pesar de los esfuerzos sanitarios del gobernador Francisco Narváez de Bórdese, la epidemia se propagó rápidamente, resultando en más de 3000 defunciones en menos de tres meses, aunque el número exacto se desconoce. De los libros de entierros se registraron solo 1920 fallecidos, pero se estima que en la mayoría de los casos —en especial las defunciones en la población esclava y pobre— no quedó constancia o registro fideningno. Entre los meses de mayo y junio el número de inhumaciones al día llego alcanzar entre veinte y veinticinco. La cantidad de víctimas cobradas por el cólera en la ciudad sobrepasó la capacidad del camposanto, obligando a inhumar en cementerios improvisados. Uno de estos, localizado hacia las afueras de la ciudad, llegó a conocerse como “del cólera” o de los “coléricos”. Excavaciones en las casas localizadas en esas manzanas aún producen osamentas y artefactos de aquellos entierros.
El estado de algunos enfermos empeoró por la venta de farmacéuticos falsos que prometían “preservar” contra la epidemia. Algunos apotecarios y farmaceutas vendieron al público medicinas que no estaban comprobadas. El tribunal de Protomedicato incurrió justicia "…para cortar los abusos de algunos farmacéuticos en la venta de un empasto llamado preservativo contra el cólera morbo…"
En marzo de 1834 se publicó en Cádiz el tratado del doctor Ramón de Coloma y Garcés titulado “Cólera-Morbo Epidémico” basado en las observaciones realizadas en las ciudades de La Habana y Matanzas durante la epidemia. Coloma había sido médico del Hospital Militar y el Hospital de la Caridad en la ciudad de Matanzas, y trató pacientes cuando la epidemia causó estragos en la ciudad. Esto le permitió ser testigo de primera mano del cólera en Matanzas.
Según Coloma, la ciudad había gozado de “…la más completa salud…” desde noviembre de 1832. Los primeros enfermos de cólera en Matanzas se descubrieron entre el 20 y el 25 de marzo; a casi un mes después que en La Habana. La enfermedad se esparcio rápidamente por la ciudad, y para el 28 de marzo ya había invadido el centro. Abril fue funesto, porque comenzaron también a enfermarse los galenos que atendían a la población. Entre el 4 y el 11 de abril, un nuevo brote recaló sobre la población. Hacia mediados de mayo “…empezó a calmar su furia [el cólera], presentándose entonces algunos casos de fiebre amarilla…”; enfermos que luego comenzaron a presentar síntomas del cólera. A estos, se les aplicaban sulfatos de quinina como tratamiento, y en la ciudad de enforzaban rigurosas leyes sanitarias de “…incomunicación y aislamiento…”
El tratamiento de los médicos estaba dividido en bandos de diferentes opiniones. En una ocasión, un inglés, al que Coloma no nombra, proponía como tratamiento hacer lavados intestinales creyendo que allí se alojaba la enfermedad. Algunos postularon que ya desde 1832 se había registrado casos, y que los del 1833 no fueron más que el seguimiento de la misma pandemia. Coloma había escrito un artículo en el periódico de La Aurora de Matanzas donde debatía que, aunque los enfermos presentaban fiebres y vómitos similares, no portaban la piel azul o cianosis característica del cólera. Aquellos primeros contagiados fueron, según el Dr. Coloma, “…gentes infelices…” del barrio de Yumurí. Coloma, como mucho de los médicos de la época, consideraban que la enfermedad emanaba de los barrios indigentes, creando el “foco” epidémico, desde donde “…los cuartos poco ventilados…” despedían “…un hedor bien repugnante…”.
Coloma y otros médicos consideraban que la topografía de la ciudad contribuía al fomento de la enfermedad, por estar rodeada de montañas, ciénagas y pantanos cercanos a la población: “…cuyas márgenes se hallan inundadas de pantanos y ciénagas…”. Por ello, muchas de las familias pudientes huyenron a los aires más limpios del campo. Pero hasta allí también alcanzo el cólera.
La epidemia perduraría – aunque mermando con casos aislados – hasta por lo menos 1836. Los casos de las décadas consecutivas – con excepción de la del 1853-54, no fueron tan severos. El historiador Quintero recoge un brote en Matanzas que sucedió justo después de un torrencial aguacero el 30 de marzo de 1850. Este nuevo arribo del cólera en Matanzas fue declarado oficialmente el 19 de abril de ese año. Para finales de 1851, el gobernador de La Habana informaba a la Junta Superior de Sanidad de la Isla sobre nueva incidencia de cólera en la región, con casos demostrativos desde el mes de julio. Otros casos se reportarían en los años siguientes. En Matanzas, el doctor José de Carbonell informó al brigadier presidente de la Junta Subalterna de Sanidad de Matanzas para julio de 1853 sobre el estado y número de "…atacados por cólera morbo asiático y muertos de este mal, según parte de los facultativos, en esta ciudad y sus barrios extra-puentes y comparación de las defunciones…" con otras de años anteriores. Estas estadísticas demostraban que, de un total de cincuenta contagiados de cólera, registrados entre julio 5 al 26 de 1853, dieciocho habían muerto mientras que 122 fueron enterrados en el “Cementerio General”. Aunque no se explica esta discrepancia entre estas dos entradas, se indica que en 1852 había habido 61 más. Las mayores defunciones habían ocurrido hacia finales del mes.
El cólera de estos años decimó, además de la población civil, a los soldados y forzados del castillo, la tropa y comerciantes que estaban de pasada en el puerto de las ciudades de Matanzas y La Habana. En Matanzas, los registros de los hospitales militares permiten una idea de las afectaciones causada a los militares entre 1834 y 1862. El 16 de septiembre de 1834, el gobernador y subdelegado de la Real Hacienda – José García – registraba la muerte del soldado de la sexta compañía del regimiento de in- fantería, Antonio Rus (quien había estado instalado en el Castillo de San Severino) en el hospital militar de la ciudad.
La cura del cólera vino con la identificación del vibrión colérico por el científico Robert Koch en 1883. Su erradicación práctica trajo medidas sanitarias vitales para la salud pública como el agua lim- pia y la higiene general – que también ayudaron restringir otras epidemias como la fiebre amarilla -, a lo que luego siguieron vacunas. Para finales del siglo, Cuba recibió apoyo científico y donativos para combatir ambas epidemias. En una ocasión el doctor Déclat, de Paris, donó “…una caja de cien frascos…” de medicinas, y varios artículos científicos sobre el avance médico en el campo de las epidemias y salud pública. Por lo general, los médicos y científicos cubanos estaban bien informados y al tanto del avance de la ciencia en el mundo.
En 1832, a casi un año antes de la devastadora epidemia de 1833, el sabio José de la Luz y Caballero reflexionó – casi proféticamente - sobre la posibilidad de un brote más severo en el futuro y lo que ello implicaría para la población:
"…y si nos sorprende a despecho de nuestra vigilancia? ¿Y si se introduce furtivamente en el seno de la patria, sembrando la desolación y la muerte en medio de nuestros hijos, de nuestras madres, de nuestras esposas?…"
Palabras que tienen similar resonancia con el estado de alerta en que vive el mundo actual con el Covid-19. ]"
Cita recomendada:
Orihuela León, J. (mayo 2020). Virulencia y mortandad: el cólera en Matanzas durante el siglo XIX. Librínsula: Revista Digital de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, 395: 11-18.
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