En toda ciudad hay zonas altas y bajas –términos que, en este caso, nada tienen que ver con la topografía– y cada una de ellas suele excluir a la otra. No es necesario explicar qué y quiénes habitan en una u otra de las zonas, porque eso es un saber tácito. En cada ciudad del mundo hay una zona que tiene hambre: de alimento, de luz, de mar... Lo cierto es que alguna carencia siempre asoma mientras en la otra mitad (suponiendo que esté dividida en partes iguales) puede haber un excedente: de alimento, de luminosidad o de aridez. Lo cierto es que alguna sobreabundancia también siempre asoma.
Plano de la ciudad de Matanzas de J. J. Romero, 1837 |
Hay barrios perezosos y barrios laboriosos. Hay calles baratas y hermosas. Hay aceras lujosas y grotescas. Entramos y salimos, circulamos de una región a otra casi sin darnos cuenta. Somos los transeúntes quienes unimos ambas realidades. Pudiera parecer que es un trabajo diseñado para los puentes, canales, túneles, autobuses, trenes... pero en verdad somos los marchantes quienes enlazamos ambos territorios, con mejor o peor intención, con más apego o más desprecio, depende...
Lo cierto es que rara vez nos es dado estar en ambas franjas al unísono. Esto solo es posible dentro de algún pensamiento utópico o gracias a un especial instante creativo. Esta vez lo ha conseguido la revista La Nueva Aurora, recién nacida publicación de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Matanzas, continuadora de La Aurora de Matanzas, emblemático diario decimonónico catalogado por Carlos M. Trelles como “el príncipe de nuestros periódicos”. El nuevo número regala dos fortunas largamente esperadas. La primera es que Matanzas, la ciudad que cuenta más de trescientos años de vida, tiene ya, efectivamente, una Oficina del Conservador. La segunda es que dicha oficina funciona, que no solo está batallando por incorporarse a un afán de rescate de inmuebles y memoria, sino que también, desde las páginas de su publicación, da cuenta de proyectos, muestra su pasado en estrecho vínculo con el presente y propone mociones, opciones, cambios. Sobre todo cambios...
Encabezamiento de La Aurora de Matanzas, domingo 8 de agosto de 1830. |
Las páginas de la revista se abren a la presencia de la cultura francesa en Matanzas, sus viajeros, la impronta de la revolución haitiana, su huella en la arquitectura yumurina, en su ferrocarril y en las artes en general. Este acercamiento da paso a una breve historia del cementerio de la urbe, documentada con un acervo fotográfico y la disposición de contribuir a la restauración y divulgación de su importante colección de obras de herrería y capillas funerarias que, unida a su sistema de galerías subterráneas, único en Cuba, figuran en el propósito renovador del Plan Maestro del joven buró de conservación para devolver luz a esta ciudad neoclásica.
La Plaza de la Vigía, sitio fundacional de la ciudad ultramarina, con sus bondades y desaciertos también asoma desde estas líneas, junto al centro histórico como un gran proyecto urbano. No es una mirada complaciente la que se ofrece ni un interés meramente turístico el que rige la intención de estas representaciones. Lo que se comparte son soluciones, propuestas y estrategias, a la par que imágenes y planes de protección de sus edificios más emblemáticos.
Fotografías, planos urbanos, coordenadas de rescates se hacen presentes porque eso es este primer número de La Nueva Aurora: un sistema bien engarzado, dinámico, y plural, al que, habremos de confesarlo, no estamos acostumbrados. Tenemos y leemos revistas de artes visuales, de literatura, de historia, de música, de cine... pero un manojo de páginas bellamente engalanadas que nos muestren la ciudad por la que andamos a diario y no tengan miedo de señalar sus quiebres, sus roturas y nos expliquen en verdad qué podría hacerse, no es habitual. Hemos de convenir que no todos, en este momento que nos toca vivir, estamos dispuestos a hablar de soluciones posibles.
No falta en estas páginas una aproximación a necesarias estrategias ambientales vinculadas al entorno geográfico que, además, hacen sentir como palpable y viable un término que desde hace un tiempo ha entrado en nuestros hogares sin que estemos convencidos del todo de a qué se refiere y que en no pocas ocasiones es mirado con cierta sospecha: sostenibilidad.
En mi infancia pasé horas inclinada sobre un álbum que mi abuela había completado con pequeñas postales de temática napoleónica, auspiciado por no recuerdo ya qué marca de cigarros. Siempre viene este recuerdo a mi mente cuando veo a los niños coleccionar esas pegatinas e imágenes que a veces traen las eximias golosinas que sus padres pueden llegar a comprarles. Otra vez he vuelto a repasar mentalmente las páginas de dicho álbum al comprobar que La Nueva Aurora regala con delicadeza pequeñas joyas que harían la felicidad de cualquier coleccionista: un retablo de postales –que irán asomando en cada nueva entrega– sobre la Matanzas que no conocimos y que se sumarán al plano y al acta fundacionales que en este número aparecen.
Calle Narvaez, mirando al Puente de Bailen. Grabado de finales del siglo XIX. |
Existe una categoría manejada generalmente en relación a espacios cinematográficos o personajes literarios pero que puede ser aplicada perfectamente a una publicación periódica. Se trata de la credibilidad. La Nueva Aurora es totalmente creíble. No trata de vender lo que sabemos que nunca ocurrirá, no es un canto de sirena. Tenemos la certeza porque este es un producto salido del mismo equipo de trabajo que antes empeñó tiempo, energías y solidaridad en tratar de salvar –y lograrlo– una ceiba sagrada, símbolo de lo más urbano de esta ciudad. Muchas veces pequeños detalles hablan más que un extenso discurso o un gesto que de tan grande se convierte en desproporcionado e inútil. Acaso esta honestidad y credibilidad, tan preciadas como raras en los días que corren, sean lo que marquen la diferencia y regalen un poco de fe.
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