martes, 8 de marzo de 2022

Un acercamiento a la prehistoria de Cárdenas


De la autoría de Ernesto A. Álvarez Blanco y Joha Orihuela aquí se presenta un capítulo dedicado a la prehistoria del municipio de Cárdenas, en la provincia de Matanzas (Cuba). Esta es una materia compleja y repleta de detalles que en partes hemos decidido resumir para el beneficio del lector. Sin embargo, en este capítulo presentamos un bosquejo de la evolución geológica de su territorio, sus rocas, fósiles, flora y fauna, más otros detalles sobre su evolución que permitirá establecer un escenario natural para el devenir de la vida humana en esta rica región cubana.

Este apartado aparecerá insertado en la obra de Ernesto A. Álvarez Blanco titulada “Historia de la región de Cárdenas”, que se idea en tres volúmenes aún en proceso de redacción. Este primer volumen abarcará desde el origen geológico y prehistoria hasta el 20 de mayo de 1902. Esta es una obra saldrá a modo de celebración del bicentenario de la fundación de la ciudad de Cárdenas –quien un día como hoy cumple 194 años. 

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El área que conforma lo que hemos dado en llamar la región histórica de Cárdenas, al igual que todo el archipiélago cubano, nació del fondo del mar y surgió como resultado de múltiples y complejos procesos geológicos que se extienden a un pasado de más de 60 millones de años (Ma). El paisaje actual de la zona es un mosaico compuesto por una amalgama de rocas, terrenos y formaciones geológicas que reflejan la complejidad y variedad de estos procesos, los cuales dieron origen, a su vez, a la variedad paisajística que posee el territorio. 

Las rocas calizas o carbonatadas son predominantes en todo el municipio, variando en edad y ambiente de formación, y son, en su mayoría, de origen marino. Ellas proceden de antiguos sedimentos, hoy endurecidos o litificados en variable grados. Entre ellos aparecen restos de corales, esponjas, arenas acarreadas por las corrientes, así como limos o cienos mezclados con diminutos esqueletos de organismos calcáreos o de sílice –en muchos casos microscópicos– que habitaron los mares que cubrían la región hace millones de años atrás. Las calizas más antiguas en Cárdenas son aquellas de las épocas designadas por los geólogos como Plioceno y Mioceno –cuyas edades se extienden entre 23 y 2.5 Ma– las cuales afloran en los terrenos más interiores de la región. Estos estratos o afloramientos comúnmente yacen expuestos en canteras y cavidades cortes en la carretera o en los bancos de los ríos. Las rocas más recientes de edad Cuaternaria (2.5 Ma hasta el presente) se localizan hacia las zonas costeras y litorales. 

Estos sedimentos se formaron a causa de múltiples cambios climáticos, así como debido al ascenso y descenso del nivel del mar global que caracterizan esta época. Estas calizas del Cuaternario datan de los últimos 2.6 Ma y abundan en todo el litoral actual que hace frente al Canal de Bahamas y al Estrecho de la Florida al norte, la península de Hicacos y la bahía de Cárdenas, incluyendo la docena de cayos que le pertenecen a su jurisdicción. 



Por otra parte, en la región existen otras rocas que no son solo significativamente más antiguas, sino también de diferentes orígenes y procedencias, pues se encuentran en terrenos que formaron parte de antiguas geografías hoy inexistentes del embriónico mar Caribe y su entorno. 

Entre dichas rocas destacan las de las alturas de Cantel, Jacán y las lomas de Triana o La Esperanza. Estas zonas contienen piedras formadas en la corteza terrestre, geológicamente denominadas ultrabásicas, que forman parte del llamado cinturón ofiolítico de nuestro archipiélago, el cual aflora muy puntualmente en la región. Muchas de estas rocas se formaron antes de la época Jurásica, hace 200 Ma; mientras otras son propiamente del Jurásico (201-144 Ma), Cretácico (145-66 Ma), y más recientemente del Paleógeno (65-23 Ma). 

Las del Cretácico y Paleógeno representan cuencas superpuestas de arcos volcánicos, sedimentos marinos propios de la formación de la cuenca caribeña y el proto-archipiélago antillano (en especial del cubano, como componente de las Antillas Mayores). Estructuralmente, la mayor parte del terreno de la zona de Cárdenas queda al este de la falla de Domingo y de Cárdenas-Cochinos, subdividiendo la región en complejos estructurales de bloques tectónicos: Camarioca-Cantel o Coliseo-Carlos Rojas, entre otros. 

La variable vegetación, tanto la original como la secundaria, es reflejo de la diversificación de suelos y las rocas del substrato existente en la región. En áreas estrictas hay bosques secos (microfilo costero) sobre las calizas cuaternarias de los litorales; xeromorfos espinosos o caubal sobre las serpentinas y peridotitas de las alturas de Cantel; más la vegetación típica de llanuras en las zonas bajas de suelos rojos y manigua costera-manglares de la bahía de Cárdenas, la península de Hicacos y sus zonas litorales. 

Después de la conquista europea, los antiguos bosques semidecidous y sabanas nativas dieron paso a las plantaciones de caña de azúcar y otros cultivos que crecen bien sobre los suelos arcillosos y ferralíticos rojo que caracterizan la región. Estas tierras, a su vez, son el resultado directo de la historia geológica y el paleoclima. 

Paleontología: La vida en el pasado de Cárdenas 


Las rocas y los fósiles de la región histórica de Cárdenas preservan evidencias directas de la vida de antiguos ambientes y geografías. Estos elementos nos revelan aspectos del pasado de la zona y a la vez, de nuestro archipiélago. 

A través de su estudio se puede realizar un breve bosquejo de la vida prehistórica de la región; comenzando desde los tiempos más pretéritos, entre aquellas rocas análogas de los fondos marinos del Jurásico y Cretácico que hoy afloran en las elevaciones más singulares de la comarca, como las que se hallan en la zona de Cantel, hasta los restos de aquellas criaturas que habitaron en un pasado más reciente y de las cuales aparecen despojos entre las penumbras de las cavernas, cuevas o grutas de la región. 

Los fósiles más antiguos, aquellos del Jurásico y del Cretácico, y los del Paleógeno, son raros y generalmente microscópicos; exceptuando ocasionales moluscos, erizos, corales, briozoos y esponjas. 
Los organismos microscópicos, por lo general, se pueden estudiar al prepararse secciones muy finas de las rocas que los contienen para poderlas observar bajo un microscopio especial o analizarlas químicamente. En su gran mayoría, estos fósiles son de organismos muy pequeños – muchas veces fragmentos de ellos – que habitaron los mares de lo que es hoy Centro América y el Océano Pacifico, y que se depositaron en sedimentos marinos que fueron luego petrificados y transportados hasta donde yacen expuestos hoy. Entre estos organismos se encuentran los foraminíferos, diatomeas y radiolarios (unicelulares y microscópicos), los erizos de mar, estrellas, corales, esponjas y moluscos, entre otros. En rocas de edades similares de otras regiones de Cuba se han descubierto restos fósiles de reptiles marinos y voladores, pero en la zona de Cárdenas aún no se han reportado hallazgos de esta naturaleza. 

En aquellas épocas pretéritas la región histórica de Cárdenas en sí aún no existía, como tampoco gran parte del archipiélago cubano. Aproximadamente, según los detallados estudios geológicos que se han realizado hasta el presente, el espacio que ocupa el actual municipio de Cárdenas era, hace unos 30 MA atrás, un canal de mar profundo, con poco desarrollo de plataforma submarina, que separaba el occidente extremo del terreno de Guaniguanico, en la provincia de Pinar del Rio, y la Isla de Pinos, del extremo oriental. 

Este último, estaba comprendido por dos grandes archipiélagos. A partir de la proximidad y conexión de estos subarchipiélago orientales, aseguran los investigadores Manuel Iturralde-Vinnent y Ross MacPhee, existía un gran puente que los unía con otras islas de la Cresta de Aves y las Antillas Mayores y Menores, hasta llegar al norte de Sur América, nombrado por ellos como GAARLANDIA. 

Esta condición existió por varios Ma, durante el Eoceno-Oligoceno (35-33 Ma), y sirvió de puente para la migración de vertebrados a las Antillas. Algunos de estos primeros vertebrados emigrados a nuestro naciente archipiélago dieron origen a los linajes de vertebrados autóctonos actuales. Entre ellos, estuvieron los perezosos y también, los dugones, mamíferos marinos herbívoros emparentados con los manatíes, los cuales habitaron nuestros mares junto a delfines y tiburones gigantes. 

Quizás sean los fósiles de los organismos más grandes los más interesantes o atractivos al público en general, por ser los más vistosos. Resultan, asimismo, los más llamativos y codiciados por los museos y los amantes del coleccionismo. Entre ellos, resultan muy interesantes los dientes de tiburón, los grandes moldes de moluscos y cangrejos, y en los casos más raros, los restos de vertebrados como los peces y dugones que se han descubierto en canteras del entorno cardenense. Entre los peces encontrados están algunos de los parientes más antiguos de los conocidos pargos, cochinos, y roncos. 

Estos restos fósiles aparecen en calizas del Oligoceno, Mioceno y Plioceno, depositadas en mares cálidos durante los últimos 33.0 Ma. Durante el Oligoceno y el Mioceno, en la región que hoy ocupan las provincias de Mayabeque y Matanzas, existió, como ya hemos dicho, un canal de mares profundos, los cuales eran franqueados por plataformas de aguas más calientes y zonas emergidas hacia sus márgenes. En esta época existió una fauna de mares cálidos y someros de plataforma, análogos a los bancos de las Bahamas actuales. La misma estaba integrada por corales, quelonios, dugones del orden Sirenia, equinodermos e infinidad de moluscos. 



En aquellas aguas vivió profusamente el gigantesco escualo Otodus (= Charcharodon) megalodon, entre otros tiburones y delfines. El O. megalodon fue, sin duda, el mayor depredador de aquellos mares, y hasta ahora, el escualo más grande conocido. ¡En su enorme boca podían caber ocho personas, y sus dientes se asemejaban a grandes lanzas serradas que sobrepasaban los 13 cm de longitud! 

Este peculiar tiburón habitó en los mares de casi todo el mundo desde aproximadamente 23 Ma hasta su extinción en el Plioceno –hace casi 3 Ma. Sus restos aparecen con frecuencia en las canteras de caliza próximas a la ciudad. Junto a ellos, aparecen despojos de otros tiburones más pequeños y peces homólogos a los que habitan actualmente en los mares profundos y la plataforma insular de Cuba. 

Los restos del Otodus (= Charcharodon) son encontrados también con frecuencia en Risco Alto, Regalito de Maya y otros sitios ubicados en la costa norte de la provincia de Matanzas, así como, en Carlos Rojas, locación en donde según el investigador matancero Adrián Álvarez Chávez se han localizado los ejemplares más grandes de la región; en Camarioca; en la comunidad de San Francisco, perteneciente al actual municipio de Limonar; en áreas de la Ciénaga de Zapata y al sur de Alacranes, en Unión de Reyes. 

Resulta curioso destacar que los restos del gigantesco escualo, junto a los de otras especies marinas del Mioceno Inferior-Medio, se han encontrado hasta el presente solo en la región occidental de Cuba (en las provincias de Mayabeque, La Habana y Matanzas), lo cual achacan los paleontólogos a la existencia en esta zona del canal marino al que ya hemos hecho referencia. 

Debemos subrayar, además, que el primer reporte de dientes de tiburón fósil en el territorio cubano, correspondió precisamente a los restos de este escualo encontrados en 1837 en Soledad de Bemba (luego Jovellanos), territorio perteneciente en esta época al Distrito de Cárdenas, durante la excavación de un pozo, a 12 varas de profundidad (unos 4 metros). 

El hallazgo fue descrito por Fernando Valdés y Aguirre en su artículo Fósiles cubanos, fechado el 27 de abril de 1843 y publicado en la Revista de La Habana. El descriptor tuvo como consultor a su tío, el reconocido ictiólogo cubano Dr. Felipe Poey Aloy. 

Valdés y Aguirre refirió en su escrito, aseguró Nicolás Fort y Roldán en su libro Cuba indígena, publicado en Madrid, España, en 1881, que en el ingenio La Merced, en Camarioca, se habían hallado unos dientes fósiles de seis pulgadas de alto, los cuales habían sido clasificados por un entendido en la materia como pertenecientes a la familia de los Paquidermos, género Mastodon, o sea al llamado Mastodonte, animal que había sido clasificado por el eminente científico francés George Cuvier. Sin embargo, lo más probable es que estos ejemplares no fueran otra cosa que dientes del Otodus megalodon

El 30 de noviembre de 1860, Ramón de la Paz y Morejón, cura de Guamutas y gran aficionado a las ciencias naturales, remitió al Dr. Felipe Poey y Aloy varios fósiles hallados en ese lugar, entre los cuales había varios dientes y vertebras del Otodus megalodon, diez ejemplares de peces, dientes de otras especies marinas, así como, moluscos, crustáceos y erizos. 

Más de cien años después, en el mes de enero de 1983, el periódico matancero Girón daba cuenta del hallazgo de un diente de un Otodus megalodon de 12 centímetros, realizado por el proyectista Carlos González Torres durante los trabajos de construcción de un canal de drenaje en la desaparecida Empresa productora de caña de azúcar José Smith Comas. 

Con posterioridad, en 1996, un equipo de paleontólogos del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba y de varias instituciones internacionales estudiaron, con particular interés, por sus características y estado de conservación, un conjunto de fósiles de Otodus megalodon que se conservan en los fondos del Museo Oscar M. de Rojas de Cárdenas y que habían sido hallados por el naturalista cardenense José Fernández Milera en la Cueva Armada y en otras cavernas y canteras ubicadas en las proximidades de la loma de Phinney. 

El desarrollo de la paleontología regional


Aunque los canteros cardenenses encuentran, con relativa frecuencia, durante sus labores cotidianas los fósiles de las numerosas especies que poblaron los mares de nuestro planeta hace Ma, a la mayoría de los habitantes de la ciudad de San Juan de Dios Cárdenas y del territorio que le circunda, les cuesta trabajo creer que los terrenos que conforman hoy el lugar en el que nacieron, viven, trabajan o estudian estuvieron, hasta hace hasta poco menos de 10.000 años, sumergidos bajo las aguas. Durante este periodo, la región sufrió varios ciclos de regresión y transgresión marina, hasta la última fase de emersión hace alrededor de 10.000 o 8.000 mil años atrás. 

En este período habitaban en la futura región cardenense, como en casi todos los hábitats existentes de la actual provincia de Matanzas y del archipiélago cubano en general, una fauna profusamente variada de vertebrados, en especial de aves rapaces y mamíferos terrestres. Sus osamentas aparecen con frecuencia en los sedimentos que rellenan las cavidades, casimbas, baños termales, grutas o cavernas cubanas, siendo los baños termales de Ciego Montero el sitio donde primero fue detectada aquella fauna. Uno de los primeros estudios de la fauna vertebrada terrestre del pasado comenzó, precisamente, con fósiles hallados en la región matancera, en zonas cercanas a Cárdenas. 

Los primeros registros de la fauna cuaternaria del territorio fueron suministrados por el erudito matancero Dr. Carlos de la Torre y Huerta, quien durante la segunda mitad del siglo XIX exploró la región. El científico descubrió en cuevas, casimbas y baños termales de la Isla, restos de grandes perezosos fitófagos, jutías, aves y cocodrilos, llegados a las cavidades por acarreo de sedimento o caídas mortales en aquellas oquedades. En otros casos, estos habían sido trasladados y depositados en las cuevas como parte de la dieta de nuestros aborígenes. 

Aquellos depósitos abrieron un capítulo nuevo de la paleontología de Cuba y el Caribe poniendo, además, a disposición de los estudiosos, restos fósiles de una fauna desconocida entonces y de un pasado no muy lejano. Estos descubrimientos resultaron muy llamativos para algunos investigadores extranjeros, quienes desde 1892 –a partir de la expedición de Frank M. Chapman del Museo Americano de Nueva York (AMNH)– codiciaron explorar la campiña cubana en busca de aquellas reliquias. 

A Chapman le siguió en 1908, el especialista Barnum Brown, famoso descubridor del Tiranosaurio rex y también investigador del AMNH, quien junto al Dr. Carlos de la Torre y Huerta, exploró múltiples depósitos fosilíferos del centro y occidente de la Isla. Acto seguido, viajó a Cuba G. A. Link, mensajero del museo del Museo norteamericano de Carnegie (Pittsburg), quien entre 1912 y 1913 descubrió fósiles de pequeños vertebrados en algunas cuevas de la Isla de Pinos. En 1916 llegó a Cuba otro prominente paleontólogo del AMNH, Harold E. Anthony, quien investigó y excavó varias cuevas de la región oriental del país, resultando de sus exploraciones el descubrimiento y descripción de nuevas especies extinguidas. Sin embargo, no visitó el occidente cubano. 

No obstante, el Dr. Carlos de la Torre, quien tenía extensas relaciones con el Museo de Zoología Comparativa de la Universidad norteamericana de Harvard (MZC), remitió sedimentos cavernícolas ricos en fósiles cuaternarios a los investigadores de esa institución. Según las publicaciones y materiales de archivos que se conservan, aquellos fósiles provenían de una cueva de la provincia de Matanzas, ubicada en las cercanías de Hato Nuevo (hoy Martí), y de la Cueva de la Mancha, localizada en las inmediaciones de Limonar. 

De aquellos especímenes, el paleontólogo Glover M. Allen describió entre 1917 y 1918 –por primera vez para la ciencia– la musaraña endémica Nesophontes micrus, la rata espinosa Boromys torrei y la jutía pigmea Mesocapromys nana. En 1917, los mensajeros W. Sprage Brooks, Goodwin Warner y Tomas Barbour, también del MZC, visitaron y recolectaron especímenes de fauna cuaternaria extinguida en las cercanías de las sierras de Bibanasí y Hato Nuevo. 

Detalles de la fauna cuaternaria


Durante el Cuaternario, término que incluye tanto la época del Pleistoceno, hace unos 1.806 Ma, como el Holoceno -edad geológica que se extiende hasta nuestros días y en la que hace su aparición el hombre en la Isla-, coincidiendo con la elevación de muchos de los terrenos que durante miles de años se encontraban sumergidos; la región histórica de Cárdenas se puebla con numerosas especies de la flora y la fauna, muchas de ellas desaparecidas en la actualidad. 

La fauna cuaternaria fue de una estimable diversidad, aún después de varios miles de años de la llegada humana a nuestro archipiélago, y es hoy la más conocida y diversa de todo el registro fósil de Cuba. Dentro la fauna cuaternaria destacó la presencia de inmensos gavilanes, lechuzas, búhos, buitres, carairas, halcones, grullas, zancudas, gallinuelas y hasta un cóndor extinto, el cual era muy similar a los que sobreviven hoy en California, en la América del Norte. 

Restos de dicho cóndor y de casi todas las especies de aves que hemos mencionado han sido descubiertos en el sitio paleontológico Breas de San Felipe, ubicado en el camino que une al poblado matancero de Martí con el asentamiento de Sabanilla, a 2.7 km al oeste del entronque de la carretera del circuito norte. Las evidencias recobradas en este yacimiento se conservaron muy bien en el asfalto; presentan un color negro lustroso y poseen un cierto grado de mineralización. 

Estudios realizados a finales de los años 90 del siglo XX y en los primeros del siglo XXI por importantes paleontólogos cubanos han demostrado la presencia en este singular y valioso yacimiento, impregnadas en el asfalto, de numerosas especies de plantas (madera, semillas y frutos), insectos, aves y otras especies animales. 

Al respecto, debemos enfatizar, para que se comprenda la importancia que tiene para la paleontología este yacimiento, que la reubicación y el estudio por varios especialistas de los depósitos fosilíferos en asfalto ubicados en San Felipe han contribuido de forma acelerada al conocimiento sistemático y biogeográfico de las aves fósiles de Cuba. 

Estos depósitos ofrecen un registro más completo que los que los que habían sido estudiados hasta ese momento y son contentivos de abundantes restos de aves, pocas veces preservados en otros sitios. Además, han permitido a los paleontólogos conocer algunos aspectos de la evolución de varias familias de pájaros que todavía habitan nuestro archipiélago. 

Aunque la región histórica de Cárdenas ha sido extensamente explorada por científicos nacionales e internacionales, existen pocos reportes publicados que hablen directamente de la fauna cuaternaria extinguida de la región. Dentro de nuestra geografía, descuellan dos sitios de importante singularidad: Cueva Centella, situada en la cuenca del río Canímar, y la Cueva Calero, ubicada en las cercanías del poblado de Cantel. 

La fauna de Cueva Centella 


Esta cavidad se abre en las cercanías del antiguo cafetal La Dionisia, en la margen este del río Canímar. Investigadores y espeleólogos de los grupos Norbert Casteret, Carlos de la Torre, Jorge Ramon Cuevas y Manuel Santos Pargas, pertenecientes a la Sociedad Espeleológica de Cuba, condujeron exploraciones y excavaciones allí desde la década del 80 del pasado siglo, las cuales permiten profundizar acerca de los ricos yacimientos y osamentas de la fauna del pasado que atesora esta caverna. 

Fósiles más antiguos, del Mioceno temprano, aparecen en las calizas que conforman las paredes de la espelunca. 

Cueva Centella es la localidad tipo del peje-cochino gigante (Balistes vegai) descrito recientemente, entre tiburones del género Sparus sp. y moluscos gasterópodos marinos (Conus sp.). La cueva presenta tres tipos de depósitos cuaternarios: arqueológico (precolombino y colonial), paleontológico de acarreo y de egagrópilas de rapiñas (se ha denominado generalmente a la lechuza común Tyto furcata como la mayor contribuidora a la formación de este tipo de depósito). 

En los depósitos paleontológicos han aparecido restos de cocodrilos (Crocodylus sp.), tortugas terrestres gigantes (Chelonoidis cubensis) y ofidios (serpientes sin identificar). En las aves, el cuervo ronco (Corvus nasicus), las lechuzas gigantes (Tyto noeli y Tyto cravesae), dos gavilanes (uno grande que pudiera ser Buteogallus borrasi y uno pequeño), el carpintero jabado (Melanerpes superciliaris), el arriero (Cozzysus merlini) y restos indeterminados de palomas y posiblemente una garza o gallinuela. Entre los mamíferos se encontraron restos de murciélagos (Artibeus jamaicensis, Brachyphylla nana, Phyllops falcatus), perezosos (Megalocnus rodens, Parocnus brownii y Neocnus gliriformis), las jutías (Capromys pilorides, Geocapromys columbianus, Mesocapromys nanus), las jutías espinosas (Boromys torrei y B. offella), más las musarañas Nesophontes major y N. micrus

En el depósito aborigen (precolombino, de afiliación mesolítica) apareció una fauna similar, con la excepción de los perezosos, especies exóticas y mayor presencia de las jutías, adicionándose la jutia carabalí (Mysateles prehensilis); conchas de bivalvos Isognomun alatus y los gasterópodos marinos Strombus sp. y Eustrombus sp. 

El depósito colonial está constituido por las jutías mencionadas y fauna introducida, como las ratas y ratones (Rattus norvegicus, R. Rattus, y Mus muscula), el gorrión (Passer domesticus) y la garza blanca (Bubulcus ibis). Algunos de los restos de jutías poseían marcas de mordidas de perros domésticos (Canis lupus familiaris); mientras que, el depósito de egagrópilas de lechuzas, el cual consideramos igualmente moderno, aportó una fauna de vertebrados pequeños rica en anfibios (ranas pequeñas), serpientes (¿Nerodia? sp.), lagartijas y chipojos (Anolis sp.). 

Se incluye además una fauna más profusa de aves y mamíferos, entre los que se identificaron restos de palomas (Passerina columbina y Zenaida sp.), toti (Dives atroviolasceous) y jutías enanas (Mesocapromys spp.) y espinosas (Boromys spp.), más las musarañas ya mencionadas. 

La fauna de murciélagos en estos depósitos, aunque ha sido discutida ya en extenso, incluía Artibeus jamaicensis, Brachyphylla nana, Phyllonycteris poeyi, Erophylla sezekorni, Monophyllus redmani, y Phyllops falcatus

Toda esta diversidad faunística apoya una riqueza medioambiental que perduró hasta hace unos escasos miles o cientos de años atrás. Otras investigaciones han demostrado empíricamente la persistencia y convivencia por miles de años con el hombre precolombino de la isla, de muchas de las especies autóctonas, hoy desaparecidas de la región. 

La fauna de Cueva Calero


Los depósitos de Cueva Calero son también de origen cuaternario, tanto de formación natural (paleontológica) y antrópica (aborigen-precolonial). El ensamble identificado de estos depósitos provee otro ejemplo de riqueza faunística no muy lejana en nuestro pasado, y, además, una de interacción directa con aborígenes de filiación pre-agroceramista. 

La Cueva Calero se localiza próxima al pueblo de Cantel, a unos cinco kilómetros tierra adentro y casi dos kilómetros del río Camarioca. La cueva fue utilizada por una comunidad de aborígenes cazadores-pescadores-recolectores para enterrar a sus muertos, según han demostrado los fechados directos, entre AD 566 y 715 -después de nuestra era. 



En 1989 se condujeron allí excavaciones controladas por el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias y un grupo del Comité Espeleológico de Matanzas. Del recinto funerario se recuperaron 55 entierros de adultos y niños, en conjunto con una rica evidencia de su dieta. 

Los archivos del Instituto Cubano de Antropología (ICAN) conservan el documento inédito, pero aprobado por el consejo científico, compuesto por Milton Pino, Carlos Roque García y Jorge Rodríguez (tomando también, como se indica en el texto, la consideración del profesor Roberto Rodríguez): “Estudio de la dieta y las actividades económicas de los aborígenes de Cueva Calero, Cárdenas, Matanzas”. Este detallado informe provee un conteo y estadística de la fauna encontrada en los niveles arqueológicos que permiten aproximar la fauna local seleccionada por estas comunidades. 



Entre estos figuran los restos de peces, especialmente los pejes cochinos, guanábanas, bajonados, chernas, meros, cojinúas, roncos y picudas, complementados por los restos de quelonios no identificados y jicoteas de río (Trachemys decussata). 

Los peces alcanzaron en este lugar una composición de más del 40% en la dieta. A ello le siguió la recolección de moluscos y crustáceos, que resultaba ser muy variada, alcanzando los centenares de ejemplares de las especies: Liguus sp., Zachrysia auricoma, Eurycampte bonplandi, Cittarium pica, Cerion sp., Phacoides pectinatus, Tectarius murcatus, Nerita versicolor, N. tessellata, Echininus nodulosus, Thais sp., Chiton sp., y los cangrejos (Cardisoma guanhumi y Gecarcinus ruricola). La Zachrysia aricoma (con más de 400 ejemplares) resultó ser la especie más abundante, ya que de seguro existía naturalmente en el depósito, como ahora se interpreta (o sea, no como parte de la dieta, sino como una presencia accidental). 

A la misma le siguieron el majá de Santa María (Chilabrothus angulifer), la iguana (Cyclura nubila) y las lagartijas y chipojos (Anolis spp. y Chamaleolis sp.). 

Entre los mamíferos, formaban parte importante de la dieta de los habitantes de la espelunca, la jutía conga (Capromys pilorides), de Colón (Geocapromys columbianus), la carabalí (Mysateles prehensilis), jutía enana (Mesocapromys spp.) y espinosas (Boromys spp.); las musarañas Nesophontes spp. y los murciélagos Brachyphylla nana y Artibeus jamaicensis. Restos de almiquí (Solenodon cubanus) del nivel arqueológico, recientemente arrojaron una edad de ~820 años antes del presente.  

Entre estos restos también aparecieron aves, que originalmente no fueron identificadas. Entre estos despojos se identificó una caraira extinguida (Caracara creightoni) como primer registro para Cuba, por Suárez y Arredondo (1997). No obstante, la coloración y el elevado nivel de mineralización advirtió que algunos de estos restos son de origen paleontológico, y no aborigen. 

Con el trabajo realizado en esta caverna, quedó demostrada la utilización de recursos rivereños como marinos por estas comunidades. La misma fauna hallada apoya igualmente una riqueza medioambiental diversa en la región que perduró hasta hace poco en nuestra historia natural. 


El Megalocnus rodens (Leidy, 1868) o perezoso gigante de Leidy: su presencia en la región





Hacia finales del Pleistoceno habitaron en el territorio cardenense, al igual que en otras zonas de la Isla, varias especies de mamíferos, destacándose entre estos últimos los pertenecientes a la familia Megalonychidae, cuyos restos se han hallado en varias cavernas y sitios arqueológicos de la región. 

En las Antillas Mayores habitaron diversas especies de perezosos desde hace unos 33 MA, siendo el Megalocnus rodens (Leidy, 1868) o perezoso gigante de Leidy, el más conocido de ellos y el mayor de los animales terrestres de la fauna Cuaternaria fósil en las Antillas. 

El perezoso que habitó el archipiélago cubano, tiene más semejanza con los desdentados que poblaron la América del Sur que con las especies que habitaron la América del Norte. Por cierto, se supone que estos animales se originaron en la América del Sur y que luego, se dispersaron –en busca de ambientes más propicios para su existencia- hacia Centroamérica, la América del Norte y las Antillas. 

En los continentes, los desdentados o pilosos xenartros alcanzaron, durante el Cuaternario, proporciones gigantescas, probablemente como un mecanismo para defenderse de sus depredadores, entre en los que se encontraban los tigres dientes de sable. 

Los Megalocnus se nutrían probablemente, como sus parientes arborícolas actuales, de retoños, raíces y ramas frescas de arbustos, pues eran herbívoros. Poseyeron una talla menor que la de un oso negro, hocico alargado, dientes muy fuertes, y largas y potentes garras, que utilizaban para extraer raíces, en sus cuatro extremidades. Abundaban en los bosques y cuevas, estaban provisto de una cola gruesa, era corpulento, fácil de cazar, y tenían un pelaje probablemente denso. 

Su reproducción debió de ser lenta (1 o 2 crías anuales). Tenían hábitos sedentarios. Los huesos que se han hallado de ellos no presentan fracturas 

Los paleontólogos han descubierto que sus falanges se hallaban deformadas y algo curvadas hacia dentro, lo cual indica que su andar debió haber sido muy lento y torpe, tal como ocurre en otros miembros de esta familia. Debido a su talla y a las características de su esqueleto, lo más seguro es que no se subían a los árboles. 

Todo parece indicar que los Megalocnus se extinguieron definitivamente hace alrededor de unos 4.000 años, de acuerdo con los fechados que se han realizado de los huesos hallados de este animal mediante técnicas radiactivas que utilizan la descomposición del carbono. Ello demuestra que convivieron al menos 1.000 años con los primitivos habitantes de estas tierras. Los científicos están convencidos que el hombre no fue la única causa de su desaparición, pues también debe haber coadyuvado a ella los cambios climáticos, los experimentados por la vegetación y las modificaciones en la geografía de la Isla que se sucedieron en este período. 

Restos óseos de este animal, fueron hallados en el siglo XIX en la zona de Cárdenas y en otras regiones cubanas, según hizo constar el afamado naturalista matancero Dr. Carlos de la Torre y Huerta. Con posterioridad, fue encontrado en la Cueva de las Cazuelas, en Cárdenas, un húmero de Megalocnus rodens empotrado en una concreción calcárea del suelo, embebido en sales de carbonato de calcio. 

También, restos muy bien conservados de los huesos de la mano de un Megalocnus grande se hallaron fosilizados en el asfalto en el yacimiento paleontológico Breas de San Felipe, en el actual municipio de Martí. Los restos de este Megalocnus rodens demostraron que estos perezosos –como ya hemos apuntado- vivieron en nuestro país hasta bien entrado el Holoceno tardío, tal y como lo atestiguan los fechados C14 –AMS de los mismos, los cuales fueron calibrados de 4 960 + 280 años AP40. 

No obstante, sin lugar a dudas, el hallazgo más importante realizado en la región, por la significación que tuvo para la comunidad científica nacional e internacional, fue el realizado en las primeras semanas del mes de julio de 1981 en la Cueva de los Musulmanes, en la Península de Hicacos, durante una expedición auspiciada por la Comisión Provincial de Monumentos de Matanzas. 

En esta exploración, que incluyó buena parte del área norte de la Península, tomaron parte integrantes de los grupos espeleológicos matanceros Carlos de la Torre y Norbert Casteret, bajo la dirección de los licenciados Esteban Maciques Sánchez, Marcia Brito y Ramón González. 



En Cueva de los Musulmanes, cavidad que había sido descubierta en el propio año 1981 casi al extremo de la Península de Hicacos, en la carretera que conducía al lugar llamado Rincón Francés y en la parte más elevada de una elevación dislocada o duna fósil de finales del Pleistoceno que emerge de los pantanos que la rodean y que alcanza apenas 6 metros de elevación, se localizó, a una profundidad entre 50 y 51 centímetros, una capa arqueológicamente útil, con muestras de conchas y caracoles, sílex, carbón, cenizas y huesos, en proporción reducida, si se compara el volumen de lo hallado con el de la excavación. 

“De naturaleza verdaderamente sorprendente –al decir del Dr. Ercilio Vento Canosa, Historiador de la Ciudad de Matanzas y uno de los participantes en la excavación– fue el hallazgo de los restos de un Megalocnus rodens (…) dispuesto por ENCIMA de la capa que demostraba la habitación humana del lugar; y por otra parte restos de cerámica dura, negra, no ornamentada y formada por un mordiente de grano grueso”. 

A los restos calcinados de Megalocnus rodens (fémur, uñas, costillas, vertebras, fragmentos del cráneo, etc.) de Cueva de los Musulmanes, los cuales se encontraron junto a los de jutías y otros animales que conformaban la dieta de los primitivos habitantes del territorio, se les calculó una edad de 2410 + - 40 años antes del presente y constituyeron, al decir del Dr. Antonio Núñez Jiménez, “… una prueba más de la coexistencia del Megalocnus rodens con el indio cubano”, pues “… en un mismo estrato arqueológico se halló la asociación de aquel mamífero fósil con el hombre”. 

Esta convivencia había sido enunciada años antes por el paleontólogo norteamericano G. A. Miller, conservador de mamíferos del Museo Nacional de los Estados Unidos de América y por el Dr. José Álvarez Conde, quien había expresado en 1951 en su folleto Los Perezosos Cubanos, sus relaciones con el indio: 

“El perezoso cubano, animal contemporáneo del aborigen, no aparece en ninguna referencia histórica, pero podemos afirmar que convivió con el indio, y aún más, fue parte de su dieta; lo cual está confirmado por los hallazgos de osamentas de perezosos mezclados con huesos humanos y menaje lítico”. 



Con anterioridad al descubrimiento realizado en 1981 en Cueva de los Musulmanes, se habían hallados restos de Megalocnus rodens en la Cueva de Bellamar, en la del Gato Jíbaro, en la nombrada La Pluma y en otras cavernas de la provincia de Matanzas. 

En el verano de 1983, en aras de demostrar con mayores evidencias arqueológicas la concomitancia temporal y geográfica entre los aborígenes que habitaron punta de Hicacos y el Megalocnus rodens, un grupo de espeleólogos pertenecientes a los grupos Carlos de la Torre, Norbert Casteret, Humboldt, Macórix y Marcel Loubens, de Matanzas, Pedro Betancourt y La Habana, realizaron durante una semana en Varadero –organizada por el Comité Espeleológico de Matanzas- una nueva exploración, en la que actuó como coordinador general Esteban Maciques Sánchez y que incluyó una excavación arqueológica en la Cueva de los Musulmanes. 

Los trabajos contaron con el apoyo del Museo Municipal de Varadero, la Unidad de Tropas Guardafronteras de punta Hicacos, el Comité Espeleológico de Matanzas, presidido por Leonel Pérez Orozco, actual (2022) Conservador de la Atenas de Cuba, y la desaparecida base de campismo XI Festival, que funcionó durante años en el Rincón Francés. 

En un área de 4 metros cuadrados, cercana al sitio en el que se encontraron en 1981 los restos calcinados de Megalocnus rodens, se profundizó hasta los 60 centímetros, hallándose a ese nivel el piso de la caverna. A partir de los 2 centímetros y hasta los 20 aparecieron en el lugar restos de cerámica pertenecientes a los períodos aborigen y colonial, así como, de los fogones para la cocción de alimentos que existieron, en diversos momentos, en el área intervenida. 

Durante la excavación, dirigida al igual que toda la exploración del área escogida de la Península, por Pedro Pérez Miranda, vicepresidente por entonces del Comité Espeleológico de Matanzas, se pudieron recuperar, tras una ardua y paciente labor, fragmentos de sílex, así como restos incinerados de huesos de animales y aves. A los 30 centímetros apareció, además, un fragmento calcinado del proximal de un decúbito perteneciente a un mamífero de la familia Megalonychidae, asociado a lentículas de carbón, así como a una piedra y a una mandíbula de jutía sometida al fuego. 



Durante las excavaciones se recibió una visita de asesoría de la Sociedad Espeleológica de Cuba, encabezada por el destacado arqueólogo Ramón Dacal Maure y por el conocido Dr. en Ciencias Naturales Manuel Rivero de la Calle e integrado, además, por el profesor Roberto Rodríguez y el licenciado Omar Fernández. 

Este equipo de trabajo valoró de muy positiva la actividad desplegada en el lugar por los espeleólogos y muy en especial, los hallazgos realizados en Cueva de los Musulmanes de los restos calcinados de huesos pertenecientes a la familia Megalonychidae, los cuales, en opinión de Ramón Dacal, permitirían: 

“… dilucidar la más que cincuentenaria discusión en torno a si nuestros aborígenes concomitaron o no con los Megalocnus. El aporte que a la arqueología cubana han hecho ustedes es digno de encomio (…)”. 

Cinco años después, en 1989, fueron hallados en Cueva Calero, Cantel, un grupo de dientes –colocados en hilera– del Megalocnus rodens, lo cual hizo afirmar al Dr. Ercilio Vento Canosa, Historiador de la Ciudad de Matanzas que estos y otros restos de animales hallados en el lugar no eran “… de dieta, sino que parecen haberlos utilizados para acompañar a sus muertos”. 


El tronco de árbol fósil que se exhibe en el museo Oscar M. de Rojas de Cárdenas


En 1991 engrosó los fondos del museo Oscar M. de Rojas un tronco de árbol fósil, el cual había sido hallado años antes por el campesino Aníbal Hernández en el central La Julia, luego Horacio Rodríguez, en el municipio matancero de Limonar. 

Según Raudel Campanioni, miembro del grupo espeleo-arqueológico Siguagua, quién realizó las gestiones y obtuvo la donación por parte de su propietario, fue encontrado por Hernández mientras se hallaba arando la tierra. La pieza fue impactada por un camión, motivo por el cual perdió un pedazo. 

Hasta el mes de mayo de 1991, en que se divulgó el donativo, no existía reporte alguno del hallazgo de troncos de árboles fósiles en la provincia de Matanzas.


[...]

Fin




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