Texto del arquitecto Ramón Cotarelo Crego, publicado en las Memorias de la Ciudad en homenaje al Dr. Eusebio Leal Spengler. Publicado en este blog con permiso del autor. Tomamos un momento para agradecer al arquitecto Cotarelo toda la labor y empeño que dedicó – y aún dedica - a la Ciudad de Matanzas, su historia y su arquitectura.
SIEMPRE LEAL
Tiempo, tiempo, tiempo, esos fueron los tres deseos que pidió Eusebio Leal en su último giro a la ceiba en El Templete. Tiempo, necesario para continuar extendiendo su pasión a cada centro histórico del país con méritos para ser estudiado, rescatado y protegido, incluyendo e integrando a todos en un victorioso trabajo de equipo. Leal no fue de los que apagaban luces para brillar solo, por el contrario, iba encendiendo lámparas por todos lados para el bien común. Tiempo, que como ningún otro sabía organizar y multiplicar para poder asumir las más disímiles y presionantes tareas, cosa que siempre le admiré.
Encontré a Leal por primera vez de forma casual hace 50 años, era 1969, yo era un joven estudiante de arquitectura, curioso y sediento de saber, que merodeaba una tarde los alrededores del palacio de los Capitanes Generales cuando salía “él” del edificio, empujando una carretilla cargada con materiales de demolición, lo que me permitió preguntarle por las obras y concertar una visita posterior. Así nació una amistad prolongada en medio siglo.
Tuve la posibilidad de encontrarlo otras veces, nos visitó en 1970 en la escuela de Arquitectura invitado por Roberto Segre y poco a poco comencé a seguir los primeros pasos que se daban en el rescate de la Habana Vieja.
Se repitieron los encuentros y al graduarme fui destinado a Matanzas donde realicé un dilatado servicio social en obras industriales, siempre con la aspiración de un día poder entrar en el mundo de la salvaguarda del patrimonio cultural. Ese día llegó en el 1978, y me convertí en la piedra fundacional del equipo de monumentos de la provincia de Matanzas, donde me mantuve hasta 1994, cuando, por razones mayores, me aparté físicamente pero nunca sentimentalmente de aquel colectivo. Leal seguía mis pasos por Matanzas, conservo en mis archivos más de una carta suya, dándome aliento y confianza. Fueron años de aprendizaje, de victorias y amarguras como conlleva este trabajo, pero consolidando día a día estrechos vínculos con todos mis compañeros que participaban en la gran batalla a favor del patrimonio cultural.
La distancia entre La Habana y Matanzas nunca fue obstáculo para nuestro intercambio, no lo fue tampoco más tarde cuando se puso el océano por medio, y me llenaban de júbilo sus mensajes y los encuentros cuando coincidíamos en algún congreso por diversos lugares del orbe.
Mucho se ha escrito en estos días sobre las virtudes de Eusebio Leal, no pretendo repetirlas, pues otros con mayor cercanía lo han hecho espléndidamente, pero sí quisiera resaltar entre ellas su disciplina de trabajo, esa energía inagotable, sacada de un esfuerzo enorme pues su organismo estaba resentido desde hacía muchos años, no solo en los últimos cuando su ausencia no se pudo pasar por alto.
Me resulta inevitable recordar a José Martí, con aquellas palabras de “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, pues su grandeza estaba sustentada en una inmensa humildad. Hoy, algún desagradecido ha pretendido ridículamente buscar manchas en medio de tanta brillantez. Nadie es perfecto, pero en su caso el sol es toda luz y, volviendo al Maestro, no resta más que decir que “los agradecidos hablan de la luz”, es imposible no reconocer su generosidad que “congregó a los hombres” y su “elogio oportuno “, porque “es cobarde quien ve el mérito humilde y no lo alaba”. Leal supo apoyar decididamente a las nuevas generaciones pues “quien se alimenta de ideas jóvenes, vive siempre joven” y defendió siempre, al precio que fuera necesario, lo que consideró justo.
Leo y releo los mensajes que nos intercambiamos durante años y es inevitable que me detenga en cómo seguía mi obra y sabía de injusticias y de amargos dolores. Tantas cosas seguirán como hasta hoy guardadas silenciosamente en mis carpetas, pero, tengo que confesar que me emociono al recordar nuestro último encuentro, en Barcelona, durante el evento de arquitecturas de ida y vuelta 2009, donde, con un abrazo inolvidable me dijo: fui a Matanzas y dije ante las mayores autoridades aquello con lo cual me sentía moralmente comprometido contigo. Gracias eternamente amigo Leal, de apellido y de comportamiento, por todo lo que nos enseñaste, por todo lo que nos dejas y por el camino abierto para seguir andando. Yo también tengo un compromiso moral contigo, solo pido como tú un poco de tiempo para poder culminarlo.
Agradecimiento eterno para tí y para tu OBRA, pues como sentenció el poeta Virgilio “...mientras el río corra, los montes den sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio en la mente del hombre agradecido …”.
Ramón Cotarelo Crego. Viareggio. Italia. 2 de agosto de 2020.
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