Hay
muchos más cercanos que le conocieron bien y están en mucha mejor posición de
brindar al mundo lo que fue compartir con Leal, trabajar, y luchar junto a él.
Aquí no puedo más que compartir el mío, mi experiencia, la cual evocando a
Martí manifiesta que “lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo le he visto,
yo) y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara sus rasgos…”
La
primera vez que lo vi fue en el 92’ y yo no era más que un niño. Se realizaba
una actividad en el segundo piso de la biblioteca Gener y Del Monte, en la
ciudad de Matanzas, donde acudieron además otras personalidades de la historia
y la arqueología. En aquel entonces personajes como Antonio Nuñez Jiménez,
Manuel Rivero de la Calle, y el mismo Leal, eran para mi mente infantil, inalcanzables
como estrellas de cine; eran personas que aparecían en la televisión o en los
libros, causando instantánea admiración. Compartir aquel espacio me
impresionaría para siempre.
Muchos
años después, el Tiempo me regalaría una y última oportunidad de conocerlo. Ello
tomo lugar en el 2019, en La Habana, gracias a una introducción que nos haría
el Conservador de Matanzas, Leonel Pérez Orozco. Nos dimos la mano y platicamos
brevemente. Me miró fijamente a los ojos, con candidez, pero penetrantemente.
En su miranda, que estimé cansada, titilaban unos ojos brillantes; espejos de
una mente curiosa y ocupada. Su saludo, muy firme.
Con
energía entró al salón. Con su voz profunda y seria, como un cura, sosteniéndose
el dedo meñique izquierdo - como solía hacer cuando organizaba su impecable e
implacable oratoria - convidaba atención; con tremenda emoción nos ofrecía a
que con él visitáramos el Castillo de Atarés. Una impresión como esa, es
difícil olvidar de las personas que admiramos.
El
espíritu de personas como Leal no es común. En ellas se recogen exquisitas y
raras cualidades, que, al juntarse, permiten las pruebas de valor y decisión
que a ellos vemos ver realizar. No solo la erudición, la perseverancia y ocio
del estudio, sino también la valentía de luchar por aquello en que se cree
apasionadamente; la humildad de llevar un mensaje a todos por igual con la
facilidad de la explicación y la palabra – de convidar mensajes de unificación,
inspiración y de identidad mezclados con profundos sentimientos de patriotismo.
Hombres como Leal no tienen reemplazo y son muy difícil de falsificar.
Si algo
ha quedado claro en estos días en que se le ha rendido tributo a su vida, a su
legado y a su obra, es el amplio e incalculable alcance de su influencia; la trascendencia
de su inspiración. No solo en los campos de la historia y el patrimonio, sino
en los de la educación, la cultura y el arte. Leal fue un hombre del mundo, y
muy especialmente de Cuba. Su ejemplo, guiado por un fuerte sentido de un ideal,
nos permite continuar preparando un futuro desde el pasado. Como diría Pablo A.
Fernández “la palabra en él alumbra las huellas que, al pasar, imprimen hombres
y mujeres, entregados a hacer de Cuba el Ser que nos defina”
Leal ha
desaparecido irreparablemente, pero sus ideas, su pensamiento, como legado
permanecen. Como diría el Padre Varela en una ocasión “…yo sé desaparecer, pero
mis ideas prevalecerán...” Y querido Leal, su ejemplo y su obra prevalecen. Eternamente
gracias por formar e inspirar, con tus actos y tu palabra, a más de una
generación de cubanos.
Inmensamente
agradecemos la invitación para participar en las Memorias de la Ciudad, donde fueron
publicadas estas palabras, y a su coordinador Arnaldo Batista por tan grata invitación.
Muchas gracias.
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